martes, 7 de abril de 2009

sólo quería un café...

Yo sólo quería un café y ¿ahora resulta que su destino está en mis manos?

Miro hacia mi izquierda y veo a la chica de pelo castaño mirándome con los ojos muy abiertos. Recuerdo que ha sido en lo primero que me he fijado al entrar por la puerta. Tiene cara de llamarse Sandra, o Mónica. Quién sabe. Y tiene una sonrisa prácticamente perfecta, radiante. Recuerdo que ha sido eso, la sonrisa, lo que ha hecho que el corazón se me desbocara. Es preciosa. No, no elegiré, y menos a ella, nunca.

Trato de calmarme para recuperar la perspectiva. Faltaban diez minutos para las ocho, y en la calle hacía frío. Así que he decidido entrar al bar de la esquina a tomar un café rápido, y puede que un donut o dos. He entrado, me he fijado en Sandra (o Mónica), y me he sentado en la barra junto a la caja. ¿Cuánto tiempo ha podido pasar hasta los golpes? ¿Cinco minutos? Puede que incluso menos, porque ni siquiera había terminado el café cuando he escuchado el primero. Sí, seguramente ha sido menos.

Miro también a mi derecha. Es el camarero el que me mira, un hombre de unos sesenta años. Tiene el pelo completamente blanco, se apellida Rubicosa y es incondicional del Atleti. Es lo único que sé de él. También que tiene dos fotos de un niño de unos diez años junto al calendario con la foto de su equipo. Será su nieto, supongo. Pienso en la chica. ¿La esperarán en casa? ¿Tendrá novio, o marido, o incluso algún hijo?

El frío metal sigue apretando mi nuca, recordándome que cada segundo que pasa cuenta. Recordándome que lo que diga pesará sobre mí el resto de mi vida. Empiezo a temblar mientras señalo a Rubicosa, a su nieto y a su equipo de fútbol.

- Lo siento. De verdad que lo siento.- digo sin mirarle a los ojos.

Luego, el disparo.

Después, la conciencia.