De
un desencuentro en una taberna
-¡No,
no, no, y un millón de veces no! -bramó junto a la barra una voz
que el elfo reconoció al instante- ¡No toleraré que se mancille el
nombre de la Dama Blanca!
Legolas
se levantó de su asiento en la mesa junto a la entrada de la taberna
con su acostumbrada rapidez, y antes de que las primeras jarras de
cerveza hubieran empezado a sobrevolar su cabeza ya se había situado
junto a su amigo. Apartó a Gimli con un empujón de la embestida de
tres enanos furibundos y levantó una mesa justo a tiempo de que
éstos estrellaran sus frentes contra ella. Saltó grácilmente sobre
sus cuerpos quejumbrosos y con un relampageante movimiento sacó el
arco y cargó una de las flechas.
-¡Gimli,
¿estás bien, mi tozudo amigo? -preguntó en voz alta para hacerse
oír sobre el estruendo del lugar.
-¡Mejor
que bien, orejudo!-contestó el enano mientras sacaba su hacha- Y si
tú no te hubieras entrometido de mala manera, les habría bajado los
humos a esos borrachos blasfemos. ¡Insultar a Galadriel, la
resplandeciente, en mi presencia! ¡Por las barbas del gran Durin!
-Te
pido que guardes el hacha, Gimli hijo de Gloin, pues aún conservo la
esperanza de que nadie tenga que salir herido de este desafortunado
altercado.
-¡Guardaré
mi hacha cuando estos bocazas se traguen sus palabras!
Y
dicho ésto, Gimli embistió como un rinoceronte acorralado contra un
grupo de enanos que sacaban a su vez sus armas. Con un gesto
practicado miles de veces, Legolas disparó tres flechas que
desarmaron a los primeros enanos del grupo. Casi simultáneamente,
agarró a Gimli por la capucha de su capa y tiró de él hacia
arriba, posandole contra su voluntad sobre una de las mesas del
local.
-¡Déjame
darles su merecido, condenado tiraflechas!
-¡Estoy
seguro de que mi señora Galadriel valorará tu lealtad y devoción,
pero dudo mucho que desee que mueras en una pelea absurda defendiendo
su honor!.
Haciendo
gala de una fuerza que, debido a su porte ligero y elegante, no se
les suele imaginar a los elfos, lanzó a Gimli por el aire y a través
de una ventana elevada que quedaba a unos metros a su izquierda. Acto
seguido, saltó con habilidad pisando las cabezas de los enanos que
intentaban, infructuosamente, sujetar sus pies o sus ropajes cuando
les pisaba la coronilla. Uno de ellos, incluso, lanzó un mordisco
desesperado que dio con varios de sus dientes correteando por el
mojado suelo del loca. Se colgó de una viga y, tras darse el impulso
adecuado, saltó a través de la misma ventana. Al caer fuera, vio
como Gimli se dirigía hacía la puerta de la taberna hacha en mano y
dispuesto a seguir con la contienda. Dos de sus flechas surcaron el
aire, y no solo le arrancaron el arma de las manos al enano con
limpieza si no que la clavaron en las dos hojas de la puerta del
lugar, impidiendo la salida de la rugiente turba del interior.
-¡Vamos!
-dijo agarrando a Gimli de la solapa y tirando de él en dirección
contraria a la pelea- Para cuando logren salir por la ventana,
estaremos lejos de aquí.
-¿Y
mi hacha? ¿Y mi honor? -Legolas le miró con fuego en los ojos, y
ésto ocurría rara vez- Vale, solo el hacha. ¡Es un recuerdo de
familia! Mi padre la usó para dar muerte a Smaug en la...
-De
acuerdo, cabeza de chorlito, cogeremos el hacha. Tú monta en el
caballo y espérame. ¡Ya!
Gimli
obedeció a su amigo no sin refunfuñar por lo bajo por dónde podía
éste meterse sus órdenes. Montó en el caballo que les llevaba a
ambos, y se alejó de la taberna de forma que al salir se le viera
enseguida. Cuando los primeros enanos empezaron a salir por la
ventana, no tardaron en echar a correr hacia él entre rugidos y
temibles gritos. Una vez que la mayoría de ellos estuvieron fuera,
Legolas se dejó caer desde el tejado, cogió el hacha clavada en la
puerta y una vez más saltó de cabeza en cabeza hasta llegar al
caballo. Tomó las riendas, habló a su montura en lengua élfica y
le dijo a su compañero que se agarrara a su cintura.
Cuando
Legolas espoleó al caballo en dirección al Bosque Negro, todavía
tuvo que sujetar con el brazo a un Gimli que trataba de saltar del
corcel mientras gritaba:
-¡Nadie
ultraja el nombre de mi señora Galadriel sin recibir su
merecidoooooo!