domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión. Capítulo final

La Manzión se erguía imponente en la noche. Envuelta en llamas, recordaba a aquellas cruces ardiendo en los campos de Virginia rodeadas de encapuchados.

El hombro me dolía de forma increíble, y apenas si podía mantenerme en pie con Michael inerte en mis brazos. Avancé decidido hacía la puerta por la que había salido unos minutos antes, que ahora aparecía rodeada por un cerco de llamas. Entré en la cocina tratando de no respirar el humo que lo inundaba todo y crucé en dirección a la puerta de bajada al sótano. Estaba abierta, tal cómo yo la había dejado. Por suerte, el humo no había llenado aún el sótano.

Bajé las escaleras con toda la rabia acumulada a punto de estallar en mi cabeza. El techo estaba a punto de ceder, y el calor era insoportable. Richard estaba sentado en la misma posición, pero esta vez ya no deseaba que hubiera muerto. Lo necesitaba vivo, y luego lo mataría con mis propias manos.

-¡Richard!

Avancé hasta el sillón en el que se encontraba el viejo y le di un golpe en la cabeza. Se despertó asustado, y por un momento pareció un simple viejo. No había nada maligno en su mirada, lo que fuera que hubiera impedido que muriera había desaparecido sin duda. Michael había muerto igual que Martha, y el círculo se había cerrado. No podía saberlo con certeza, pero hubiera apostado la cabeza a que no me equivocaba.

-¿Qué quieres?- Parecía asustado de verdad.
-¡Sabes lo que quiero!-Tenía que gritar para hacerme oír, la casa se estaba cayendo en pedazos.- ¡Haz que Michael reviva!

El viejo empezó a reír, violentamente, hasta que un acceso de tos estuvo a punto de ahogarle.

-Sigues sin entender nada, Ralph. ¿Por qué iba a tener que ayudarte?
-¡Tienes que hacerlo, hijo de puta!
-Todo está bien así, todo ha terminado. –Parecía tremendamente cansado, los ojos se le cerraban. Le zarandeé, y le obligué a mirarme.
-No van a acabar así las cosas.

El muy cabrón seguía riendo, divertido. Me volví completamente loco. Dejé caer el cuerpo de mi sobrino y, sin saber muy bien por qué, agarré la cabeza de Richard cómo el había hecho antes conmigo. Aquella vez sentí sus dedos cómo garras hurgando en mi cerebro, y ahora trataba de hacer lo mismo con él. El dolor fue intenso en mi cabeza, y un ruido ensordecedor de voces me invadió de forma repentina. Escuché a Lisa acusándome de la muerte de su hijo. Escuché a mi madre diciéndome que nos había abandonado por mi culpa, que era un mal hijo. Escuché a mi padre, muerto cuando yo tenía seis años, diciendo que se avergonzaba de mí. Carol gritaba por su hijo muerto…

Intenté olvidar las voces, el dolor. Richard gritaba asustado mientras me miraba fijamente. Le sostuve la mirada, y le hablé cómo el me habló a mí en la habitación del primer piso. Mi boca no articulaba sonido alguno.

“Hazlo, Richard. Haz que Michael vuelva a vivir. ¡Hazlo!”

“No sabes lo que me estás pidiendo” Su voz apagó el resto de voces, lo que mitigó en parte el dolor que me consumía. “No sabes con lo que estás jugando”

Apreté mis manos con más fuerza, y concentré las pocas energías que me quedaban en un último intento: “¡Hazlo!”

Un grito, esta vez real, escapó de su garganta. Un grito lleno de horror, en el que pude distinguir dos voces. Una de ellas era la de Richard. La otra voz era la de una niña pequeña. Era un grito lleno de miedo, de odio…

En el mismo instante en que caía desvanecido al suelo, el fuego provocó la caída del techo del sótano. Mientras la madera envuelta en llamas caía sobre mí, apenas pude girarme para tratar de cubrir a Michael.

Luego, oscuridad.



Silencio.



….


¿Dónde estoy? No puedo moverme, y todo está a oscuras. Huele a medicinas y lejía, y estoy sobre una cama. Tardo unos segundos en situarme. Estoy en un hospital. No sé que ha pasado, ni por qué no puedo mover mi cuerpo. Recuerdo la casa ardiendo, e intento llamar a Michael. Mi voz no responde. Pasa mucho tiempo, puede que horas, y no viene nadie. Vuelvo a dormir.

Me despiertan unas voces cercanas. Son dos mujeres, seguramente enfermeras. Hablan de mí.

Una de ellas (debe ser negra, su voz se parece mucho a la de Oprah Winfrey) le está preguntando a la otra por mi estado.

- Está muy grave. Aún no sabemos si despertará. Si lo hace, es muy posible que no pueda volver a moverse ni a hablar- Por la voz, es bastante más joven que la otra.
- Es increíble que siga vivo. Cuando les encontraron, creyeron que estaba muerto.
- Sí, es increíble.

Oprah ha dicho “cuando les encontraron”, pero no ha dicho nada más. Quiero hablar, trato de emitir algún sonido o de mover algún músculo, pero es imposible. Se marchan de la habitación.

Vuelven a pasar horas interminables, y además esta vez no puedo dormir. No sé si estoy llorando, no noto nada.

Las enfermeras han vuelto.

- ¿Has hablado con el niño?- Es la joven. No puedo creerlo… ¡Michael está vivo!
- Sí, ya se ha despertado. Es un encanto de niño- Trato de escuchar el resto de la conversación mientras se alejan de mi cama.- Los médicos no se lo explican, no tiene ningún rasguño. Simplemente había tragado algo de humo.
- ¿Le has preguntado cómo se llama?

Mi corazón se detiene cuando escucho la contestación:

-Sí, claro. Me ha dicho que se llama Richard.



FIN

La Mansión IX. Recuperé la consciencia con un terrible dolor de cabeza

Recuperé la consciencia con un terrible dolor de cabeza. La luz apagada y el silencio reinaban en aquella habitación. Me levanté despacio, tratando de recordar… ¿qué hacía en el suelo? ¿Dónde estaba? Observé a mi alrededor velas apagadas, una sillón viejo y algunos periódicos sobre el escritorio. Pero ese sillón…

Las respuestas me vinieron a la cabeza de golpe, de forma casi dolorosa. Recordaba a Richard hurgando en mi cerebro, recordaba un dolor indescriptible, y luego, la oscuridad. Y mientras caía en la oscuridad, Michael mirándome desde el cerco de la puerta. ¡Michael! ¡Dios mío, tenía que encontrarle!

Me levanté, haciendo un esfuerzo por no caer al suelo. Tuve que sujetarme en el sillón, y automáticamente un olor nauseabundo, de putrefacción, subió hasta mi nariz. Tuve una arcada y volví a caer de rodillas. ¿Cuántos años había pasado el viejo sentado en aquel sillón, pudriéndose? Volví a reunir fuerzas y me levanté de nuevo, esta vez sin apoyarme en ningún sitio. Avancé hasta la puerta sin escuchar ningún sonido, sólo el crepitar del viento en los aleros del tejado.

Salí al pasillo, también a oscuras. Ni me molesté en buscarle habitación por habitación. Había aprendido a fiarme de mis intuiciones. Y algo me estaba chillando al oído que yo ya sabía dónde acababa todo en esta casa. Cuando llegué a lo alto de las escaleras, el miedo volvió a llegarme en oleadas, haciéndome estar a punto de perder la cabeza. Miedo a que fuera demasiado tarde. ¡Michael, jóder! ¿Dónde estás?

Al pie de los diecinueve escalones más largos de mi vida, me detuve un momento. A mi derecha estaba la puerta del sótano, cerrada. Pero lo que vi a mi izquierda fue lo que más me preocupó. La casa estaba ardiendo. Quizás aún estaba a tiempo de apagarlo, si hubiera tenido tiempo. Pero sólo pensaba en encontrar a Michael y sacarlo de allí. Aporreé la puerta del sótano, chillando cómo un loco el nombre de mi sobrino.

-¡Michael! ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme?

Oí un llanto cercano, al otro lado de la puerta.

-Tío…pesa mucho- Lloraba, estaba muy asustado.

Ya sabía lo que estaba pasando. ¡Puto Richard! Podía imaginar la idea que tenía el muy cabrón de un final irónico.

-¡Aguanta! ¡Ya voy, Michael!- Le escuchaba muy bajito, seguía diciendo que pesaba mucho.

Me lancé contra la puerta cómo un loco, pero no conseguí más que destrozarme el hombro. Volví a embestir, mientras tuviera fuerzas, no pensaba abandonarle. Tras varias patadas y lo que probablemente fue una rotura de clavícula, que me deparó un dolor increíble, la puerta cedió. La escena a mis pies era terrible.

Michael estaba atrapado por un armario justo al lado de las escaleras (el mismo sitio en el que murió Martha, tras varias horas de agonía. Tenía que serlo) Al fondo, el viejo estaba en otro sillón, dormido o muerto. Esperaba que fuera lo segundo. Tenía que darme prisa, el fuego se había extendido bastante y lo peor es que ya no escuchaba llorar a Michael. Corrí hasta el, y empuje el armario con las pocas fuerzas que me quedaban. Creo que le rompí un brazo al mover la vieja mole de madera, pero en esos momentos era lo último que me preocupaba. Me preocupaba no oírle llorar.

Saqué al niño como pude, y mientras me lo echaba en brazos dirigí una última mirada a Richard.

-¡Ojala te pudras en el infierno!

Abrió débilmente los ojos, y sacó fuerzas para contestar:

-Tú no sabes lo que es el infierno Ralph. No tienes ni puta idea.

Volvió a cerrar los ojos. Estaba muerto, seguro. No tenía tiempo para comprobarlo. Corrí escaleras arriba, justo a tiempo para evitar las primeras llamas que trataban de colarse por las escaleras de madera. Atravesé la cocina, golpeé la puerta con el hombro roto, lo que me provocó una punzada increíble de dolor, y salí a la calle con Michael.

Seguí corriendo unos metros, y entonces deposite a mi sobrino en el suelo. La casa estaba completamente en llamas, pero ahí estábamos a salvo. Con cuidado de colocarle bien el brazo dañado, me acerqué a él. Traté de despertarle, sin éxito… ¡Joder, había tragado mucho humo! ¡No había llegado a tiempo! Seguí zarandeando su cuerpo, inerte.

Michael estaba muerto.

Sin poder soportarlo, caí llorando al suelo. Gritaba lleno de desesperación, gritaba de rabia, gritaba de locura. Seguí moviendo al niño, seguí intentándolo en vano.

-¡Michael! ¡Michael, no me hagas esto!- Lo había matado yo, no podía evitar pensar eso.

Una imagen acudió a mi cabeza. Recordé la mañana en la que Stewey había muerto, con todo el pueblo acusándome. La única diferencia era que en vez de Carol, la que estaba en medio del congreso mundial de pueblerinos era Lisa. Me miraba triste, sin llorar. Me decía que había dejado morir a su hijo, que lo había matado. Que me había estado llamando, pidiendo ayuda, y que yo lo había dejado morir. Yo trataba de explicarle que había hecho lo imposible por salvarle, que quería morirme yo. Entonces ella me empezaba a gritar, a repetirme que yo había matado a Michael. Que yo lo había llevado a La Manzión. Iba a contestar, pero sabía que era verdad…

Entonces, algo estalló dentro de mí. Una inmensa rabia me llenó la cabeza, me nubló la visión. No iba a permitirlo, no con Michael. Levanté su cuerpo, observando con un estremecimiento cómo cayó hacía atrás su cabeza inerte. Y, con el cuerpo muerto de un niño de seis años en brazos, volví a encaminarme hacía la casa. Ésta se encontraba sumida completamente en las llamas, e incluso el tejado se había desplomado en el ala izquierda de la casa. No me importaba, lo que yo buscaba no estaba en el tejado. Lo que yo buscaba estaba en el sótano, sentado en un sillón, moribundo.

No estaba dispuesto a que las cosas acabaran así. Michael no iba a morir ésa noche. Richard sí, puede que yo también, pero eso lo tenía claro mientras me dirigía de nuevo hacía la casa convertida en un verdadero infierno.

Michael no iba a morir esa noche.

La Mansión VIII. Caminando por la orilla

Caminando por la orilla del lago Sawhawk se llega a La Manzión. Desde el embarcadero de Derry, se tarda alrededor de quince minutos en llegar a la que algunos en la zona han dado en llamar “La casa Straub”. Un poco más si cargas con el cuerpo de un niño de seis años, claro.

Avanzaba con Michael en brazos. Estaba inconsciente, después del ataque del coche, o lo que demonios fuera eso, se había desmayado. No me sentía con ánimo de conducir, así que dejé el Ford en la cuneta, cogí al niño y caminé hasta la casa. Allí había empezado todo, y estaba dispuesto a que allí acabara. Y si Michael podía ayudarme, de la forma que fuera…bueno, era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Joder, estaba más que dispuesto.

Llegamos a la mansión por la parte de atrás, desde el camino del embarcadero. Aún con Michael en brazos, me fijé en una gran pintada que cubría buena parte de la pared, sin duda obra de algún gamberro, otro de los pequeños paletos aspirantes a grandes paletos de la zona. Y sin embargo, al leer la frase escrita con pintura blanca, un escalofrío me recorrió la espalda. “Bienvenidos a La Manzión, esta noche último acto.” La frase estaba firmada por un tal Bango Skank. Juré que si encontraba algún día al puto Bango le iba a enseñar que yo también tenía sentido del humor. Sí señor, se iba a acordar un tiempo de mi jodido sentido del humor.

Entré en la casa por la puerta de la cocina. Justo en ese momento, Michael se despertó. Le dejé en el suelo, y me miró con ojos asustados.

-Hay que ir arriba.

Sin decir nada, asentí con la cabeza. Me encaminé a las escaleras, que salían del pasillo entre la cocina y el salón. Michael iba pegado a mis pantalones, muerto de miedo. Con cada escalón que subía, las fuerzas me abandonaban más. Me sentía mareado y las piernas me temblaban. Cuando llegamos arriba, Michael señaló una puerta, a la derecha el pasillo. Por la rendija se filtraba la luz. Cada vez me sentía peor, joder, me tenía que ir de allí…

En lugar de darme la vuelta y salir gritando, cómo me pedía a gritos mi cabeza, avancé hasta la puerta mientras recordaba la pintada de la parte trasera…esta noche, último acto. El maldito Bango iba a tener razón. Lo que vi al otro lado de la puerta me dejó sin aliento. Sentado en el sillón. Supe que era Richard.

Me miraba con los ojos muertos de los que me había hablado Merrill, pero su cara…su cara estaba consumida, recordaba a una especie de cuero amarillento, seco. No tenía párpados, y los dientes se le veían a través de agujeros en la piel podrida. El pelo, apenas unos mechones, caía sobre la frente completamente blanco. Llevaba una camisa abierta, rota en uno de los hombros, que permitía ver el hueso. Y se reía.

-¡Has llegado, por fin!- Seguía riendo.
-¡Que coño! ¡Tú estás muerto!- Me sentía al borde de la locura, a punto de estallar.
-¡Jajaja…!- Me miró divertido durante un segundo, y luego olvido su sonrisa- Ojala pudiera, Ralph. Ojala.
-¿Cómo…-empecé a preguntar.
-¿Cómo sé tu nombre? Se muchas cosas Ralph. Eso da igual ahora.
-Pero… ¿Cómo…-no conseguía articular palabra.
-¡¡Que te calles!!- El grito me pilló sorprendido, y di un salto hacía atrás.- ¿No entiendes nada?

Miró hacía el fondo de la habitación. Seguí su mirada. En la puerta, había una niña. El vestido rosa, descolorido, era obviamente bastante antiguo. El cabello rubio, que caía en tirabuzones, y los ojos azules anunciaban una belleza creciente. Se hubiera podido decir que en unos años sería una joven hermosa. Se hubiera podido decir eso si hubiera podido crecer, si estuviera viva. Se acercó a Michael, y con una sonrisa, le preguntó si quería ir a jugar con ella. Michael echó a andar hacía la niña.

Traté de impedirlo, traté de gritar, pero antes de que pudiera hacerlo Richard me sujetó. Puso sus manos en mi cabeza, tapándome los oídos, y acercó su nauseabundo rostro. Olía fatal, olía a muerto. Empezó a hablarme, pero no movía los labios. Oía su voz directamente en mi cabeza:

-¡Déjalo! No puedes hacer nada. ¿Qué habías creído? ¿A qué creías que venías? Ahora el niño va a ir a jugar con ella. Y tú a lo mejor vendrás a jugar conmigo.

Era horrible, la voz sonaba multiplicada por cien en mi cabeza, ahogaba mis propios pensamientos. Me sentía invadido, cómo si unos dedos invisibles estuvieran hurgando en mi cerebro. Cogiendo lo que quería, absorbiéndolo. Tirando lo que no servía. Me soltó de golpe, y la voz se apagó. Caí al suelo, desvaneciéndome. Pude ver, borrosas, las figuras de los dos niños, vivo y muerta, saliendo de la habitación. Michael se volvió a mirarme, y Martha le tiró del brazo. Quise llamarle, pero de mi garganta sólo salió un hilo de voz…poco a poco, todo se volvió negro.

Esta noche, último acto…

La Mansión VII. Era el miedo el que dominaba mis palabras

Era el miedo el que dominaba mis palabras y ahogaba mis pensamientos…corrí escaleras arriba hasta la habitación dónde dormía Michael. En la mano llevaba el cuaderno que había encontrado en su mochila, la misma que mi hermana le había preparado con ropa y algunos juguetes. La había abierto para guardar en el armario las cosas. Acabábamos de llegar de la casa de Lisa y Michael estaba agotado, así que le metí en la cama. Y ahora subía dispuesto a despertarle.

-¿Quién ha hecho estos dibujos, Michael?- Abrió los ojos asustado. Le zarandeé.- ¿Quién los ha hecho, Michael?
Seguía mirándome asustado. Jóder, tenía que controlarme, si no lo hacía podía hacer cualquier locura.
-¡Michael, te estoy preguntando quién coño ha hecho estos dibujos!- El niño estaba a punto de llorar. Normal. No recordaba haberle hablado nunca en ese tono.
-¿Qué pasa, tío?- Ya estaba llorando. Y a mí me daba igual, estaba fuera de control.

Le enseñé los dibujos. Cuatro dibujos de una casa roja. Debajo de cada uno de ellos, escrita con letras infantiles, una sola frase. Siempre la misma frase. “Hay que ir a La Manzión.” Jóder, Michael jamás había hablado así. Seguía mirándome. Y, en vez de contestar a mi pregunta, me hizo otra:

-¿Cuándo vamos a ir a verla?- No supe qué contestar. Él insistió- Quiero ir a verla. Llévame.
-Michael…- Me arrodillé al lado de su cama.
-Llévame, tío. Quiero ver la casa. Allí murió Martha.
Lo que acababa de oír me dejó sin aliento. ¿Cómo coño podía el niño saber nada?
-¿Quién es Martha, Michael?- No sabía por qué, pero estaba seguro de que él lo sabía.
-Martha se murió allí. Llévame, tío.

Sabía que no diría nada más. Me levanté, haciendo un esfuerzo por que mis piernas me sostuvieran…no entendía nada. ¿Por qué Michael?

Trece minutos después estábamos en el coche. Michael iba montado a mi lado, sentado sobre una caja de Lagger’s para que el cinturón no le ahogara. Durante más de media hora permanecimos en silencio. De repente, Michael empezó a hablar. Y fue él, un niño de 6 años, el que me contó la historia de La Manzión. La verdadera historia.

-La hicieron en 1856. La hizo un traficante de esclavos para su familia.- No sé como, pero lo que estaba haciendo era recordar- Vivía con su mujer y sus dos hijos. Richard y Martha. La casa era enorme, y les gustaba jugar al escondite. Un día, Martha se escondió en el sótano. Tropezó, y un armario se le cayó encima. No podía moverse, y empezó a gritar llamando a Richard. Sus padres no estaban, pero sabía que él estaría buscándola.- Michael estaba sudando, respiraba con dificultad y miraba al frente. Me estaba asustando- Martha gritaba. Y Richard se había olvidado de ella. Había ido a jugar con unas cerillas que encontró en la cocina. Quería coger un gato que había cerca de la casa para quemarlo. ¡Martha gritaba!

Aparté el coche en la cuneta y traté de despertarle. Estaba muy nervioso, no sabía que hacer. Michael tenía la mirada fija en algún punto que yo no podía ver y gritaba…

-¡Martha gritaba! ¡Gritó y lloró durante más de cinco horas! ¡Y Richard se olvidó! Se olvidó…se…

Michael empezó a llorar violentamente, se colocó en posición fetal sobre el asiento y chillaba, lleno de horror...pero tenía que saber el resto de la historia.

-¿Qué pasó, Michael? ¡Dime que pasó!- le obligué a mirarme, y Dios sabe que jamás olvidaré esos ojos. Sentí exactamente lo mismo que sintió el viejo Merrill la primera vez que vio a Richard Straub. No eran sus ojos, eran unos ojos muertos, que no miraban a ningún sitio, pero me miraban a mí. Completamente calmado, cómo si ya no fuera él el que hablaba, dijo:
-Martha murió. Gritó y chilló durante más de cinco horas, y luego murió. Tenía 5 años, y murió porque su hermano, que quería coger un gato para quemarlo, no se acordó de ella hasta casi nueve horas después.

En ese momento, Michael sonrió. Era una sonrisa escalofriante, que no pertenecía al mismo mundo que sus ojos llorosos, muertos. Era una sonrisa feliz, y por eso me llenó del más puro terror, por eso me obligó a retroceder hasta el borde de mi asiento.

-Martha murió, y Richard no puede morir.

La Mansión VI. Está usted despedido

-“Está usted despedido”. Es lo único que le dijeron, Ralph.- Lisa estaba muy nerviosa, su voz apenas se oía a través de la línea telefónica.
-¡Que cabrones! ¿Ahora que vais a hacer?- Me había sorprendido su llamada, sabía que había pasado algo.
-Vamos a ir a Florida, a ver a los padres de Mike.- Por lo visto el padre de mi cuñado tenía un taller de reparación- Necesito que me hagas un favor, hermano. Te quería pedir…
-Que me quede con Michael, ¿a que sí?- Ya lo había hecho en otras ocasiones, en absoluto me importaba.
-Es sólo si no te viene mal, Ralph. Es un viaje muy largo, y no quiero…
-Que no te preocupes, Lisa- Volví a cortarla, no quería que se sintiera incómoda- Ya sabes que Michael es mi sobrino favorito, se queda aquí y punto.
-Es tu único sobrino, tonto- Al menos la había hecho reír.
-Y si tuviera más, también sería mi sobrino favorito. Mañana por la mañana voy a por él, ¿te parece bien?- Vivían a poco más de una hora de mi casa.
- Sí, claro, Ralph.- Hizo una pausa.- Estará encantado de visitarte.
-Y yo encantado de que venga, Lisa. Lo pasaremos genial.
-Bueno, pues ya mañana nos vemos, ¿vale?- Se la notaba algo más aliviada.
-Claro, enana. Hasta mañana.
-Hasta mañana, hermano.- Estaba a punto de colgar, cuando Lisa añadió algo más -¿Ralph?
-¿sí?- Contesté.
-Gracias. Muchas gracias.
-No las des, tonta. Dale un beso al pequeñajo y dile que mañana se viene de visita, ¿de acuerdo?- Habría hecho lo que fuera por mi hermana- Cuídate, Lisa.
-Hasta mañana, Ralph.

Michael tenía seis años, y era un niño muy especial. Le habían diagnosticado hace tres años un tipo de autismo no muy conocido. La mayor parte del tiempo, se comportaba cómo un niño completamente normal, y esa era sin duda también la mejor parte de todas. Pero, de vez en cuando y sin aviso previo, sufría ataques de nervios, o, por el contrario, se quedaba absorto en su propio mundo y era incapaz de reaccionar a ningún estímulo durante horas. Podía llegar a dar miedo. Por éste motivo, todos queríamos y mimábamos a Michael (no me gustaba llamarlo Mike, me recordaba al capullo de mi cuñado) más de la cuenta. Y aunque mi hermana se lo hubiera tomado a broma, no sin razón, hubiera sido mi sobrino preferido incluso si hubiera tenido otros doce más.

Miré la tortilla que tenía en el plato, que se había quedado fría por culpa de la conversación telefónica. A la mierda. Total, ya no tenía hambre. La tiré a la basura y me acordé de mi madre cuando me decía que no debía tirar la comida, que había muchos niños en África que no tenían nada que comer. ¿Qué podía hacer? No podía enviarles la tortilla, ¿No? Además, no tuvo tantos reparos cuando se marchó de casa y nos dejó solos a Lisa a y mí. Por mí, podía guardarse sus consejos de buena madre dónde le cupieran.

Me dolía la cabeza, había estado buscando el fondo de otra botella de Jack Daniel’s. Incluso un imbécil como yo era capaz de darse cuenta de que bebía demasiado. Otra cosa es que me importara lo más mínimo. Decidí irme a la cama. Después de todo, pasar una temporada con Michael podía venirme muy bien para quitarme de la cabeza muchas cosas. Sí, bien pensado, era justo lo que necesitaba.

Ya en la cama, y estando a punto de dormirme, recordé algo que había escuchado en la grabadora, algo que Robert Straub comentó acerca del diario de su tío:

“Según mi tío, a Martha le encantan los niños. No puede pasar mucho tiempo alejada de ellos, y al viejo parecía encantarle…Es bonito que haya gente mayor que le dedique tanto tiempo a los niños.”

La Mansión V. Esta mañana, después de tanto tiempo, he vuelto a ver mi nombre escrito en el periódico

Extraído del diario de Richard Straub, 16 de marzo de 1934)

“Esta mañana, después de tanto tiempo, he vuelto a ver mi nombre escrito en el periódico. Bueno, en la gacetilla que la gente del lago Sawhawk llama periódico. Sólo han tardado cuatro días en darse cuenta de que he vuelto. Creen que saben, y no saben nada. Y ya han pasado dieciocho años.

Cuando llegó el momento, supe que debía marcharme. Lo supimos, ¿verdad? Era peligroso estar aquí. Aunque son un hatajo de paletos ignorantes, ya hablaban de mí, ya sabían cosas. Pero claro, los niños se habían ahogado, o caído por la ventana, ¿no? No teníamos la culpa si los niños de éste pueblo son así de despistados…a la mierda con todos. No sabían nada, no saben nada. Ya he pasado por lo mismo otras veces. Te vas, y se olvidan. Puedes volver.

Sin embargo, al imbécil de Josh Nall le dio por ahogarse en la piscina de su casa un año después de marcharme, lo que sin duda fue un golpe de suerte. De repente, aunque seguían recelando de mí, de nosotros, dejé de ser el sospechoso principal. Nadie podía acusarme, yo me había marchado. Que suerte, la torpeza del pequeño Josh. Y yo no tuve nada que ver en esa ocasión, de veras que no. Esa vez no.

Y ahora he vuelto. Me encanta este pueblo, tenía ganas de volver. Estoy muy cansado, y éste es el mejor sitio para descansar.

Ayer por la mañana vi a un niño cotilleando cerca de La Mansión. Al pobre casi se le sale el corazón cuando me vio salir de la casa y andar hacia él. Y aún así el valiente ni se movió del sitio. Le advertí de lo peligroso que era andar con cerillas con el bosque tan seco, y le pregunté el nombre. Me dijo que se llamaba Jimmy. Me contó también que siempre iba con otros niños a ver la casa, y que incluso una vez se había acercado hasta tocar los escalones de la entrada. Me encantó cuando me miró con ojos asustados y me preguntó: “¿Ez uzted el hombre loco que vivía en La Manzión?”…¡lo que me pude reír! ¿El loco de la mansión? Por su mirada supe que había escuchado historias horribles de la casa, y de mí. Le dije que no pero que se marchara corriendo a casa ya que era tarde y el loco podía andar rondando. Y le recordé lo de las cerillas… ¡como corría! Pobre, espero que no se meara en la cama anoche.

Me encanta vivir aquí. Me siento joven, lleno de vida.”

(Extraído del periódico “Derry News”, 3 de abril de 1934)

TRAGEDIA EN DERRY

….el incendio, en el que perdió la vida el pequeño James Carrol, al parecer se originó de forma fortuita cuando el pequeño jugaba en su habitación con una caja de cerillas. Los padres, alertados por el humo, trataron de salvar a su hijo pero por desgracia fueron incapaces de acceder a la habitación. Según fuentes de vecinos y allegados, los padres vieron morir a James, de siete años, que lloraba pidiendo ayuda mirando a su madre…
La madre, Jessica, ha tenido que ser ingresada en estado de shock. Apenas responde a los medicamentos. Faith Lensne, del Hospital Clínico de Portland, ha declarado que la mujer sólo repite lo siguiente: “me miraba a los ojos”…

(Extraído del diario de Richard Straub, 3 de abril de 1934)

“Es peligroso jugar con cerillas. Y es genial haber vuelto.”

La Mansión IV. Brotaba pintura de entre sus dedos.

- Brotaba pintura de entre sus dedos. El pelo negro, manchado también de pintura, caía desordenado sobre su frente.- el viejo miraba al infinito, y yo le escuchaba– Tengo noventa y nueve años, Ralph, y pienso dar guerra al menos dos o tres más antes de palmarla, pero jamás he olvidado ningún detalle de la primera vez que vi al Sr. Straub.

-Yo tenía seis años, y estaba jugando con mi hermano Joey muy cerca de aquí– continuó el anciano- Siempre veníamos a ver como construían la casa, llevaban casi ocho meses con ella y ya casi estaba terminada. Nos acercamos corriendo y vimos al Sr. Straub por primera vez. Siempre he estado convencido de que nadie en el pueblo le había visto hasta ese día, jamás había venido a Derry. Nos quedamos quietos cuando se dio la vuelta y nos sonrió. Se limpió las manos de pintura en los pantalones y nos saludó (lo recuerdo cómo si fuera ayer) con una gran sonrisa. Se presentó cómo Richard Straub, dijo que era forastero, pero que se quedaba a vivir definitivamente en nuestro pueblo. Dijo algo acerca de lo bonito que era todo por aquí, que se alegraba de haber venido. Yo ya no le escuchaba. Sólo miraba sus ojos, verdes, fríos, muertos. Es la única forma que he encontrado jamás para expresarlo, y créeme, Ralph, noventa y tres años dan para darle muchas vueltas al asunto. No existe otra forma para decirlo. Sus ojos estaban muertos.

Merrill hizo una pausa para liar otro cigarro. El primero se le había consumido en la mano. Mientras esperaba que continuara con su relato, caí en la cuenta de un detalle de su historia que no tenía sentido.

- ¿Ha dicho usted que se llamaba Richard Straub? ¿Igual que el Richard Straub que murió aquí hace menos de dos años?- Esperé a que diera la primera calada, aunque mi corazón ya sabía lo que iba a contestar.
- Era Richard Straub, Ralph. El mismo Richard Straub.- Me miró fijamente.
- Espere un momento, amigo… ¿Me está diciendo que cuando murió Richard Straub tenía…
El viejo me cortó.
- Mira, yo no sé la edad que tenía cuando murió. En 1906 te puedo asegurar que no tenía menos de cuarenta y cinco años. Es fácil echar la cuenta. En 1998 debía tener unos ciento treinta y siete años. Ya no sé qué pensar, Ralph. Tengo casi cien años, he visto morir a tres de mis hijos y a un nieto, y el maldito Richard Straub apenas había envejecido en todo ése tiempo. Por alguna razón, estoy convencido de que debía tener incluso más años.
- No puede ser, seguramente habrá confundido…
De nuevo el viejo volvió a cortarme.
- Mira, Ralph, últimamente tengo muchos problemas de estómago y no puedo pasar mucho tiempo fuera de casa. De hecho, la última vez que me hice el valiente y me fui a jugar al Póker a casa de Jack tuve que volver a casa a cambiarme de pantalones. No he venido a pasar el rato de cháchara discutiendo la edad que tenía o que no tenía el maldito Straub. He venido a decirte que te andes con ojo. Considéralo un favor, Ralph. Un favor de un amigo.
Me miró fijamente, dio una larga calada al cigarro y esperó, quizás para ver si estaba dispuesto a escucharle. Yo le miré sin decir nada. Estaba dispuesto.

- En 1906, o quizás en 1907, empezaron a ocurrir cosas terribles en el pueblo. Para ser más exactos, (mi madre me decía que si vas a contar algo, cuéntalo bien o cállate, Dios la tenga en su gloria) empezaron a ocurrirles cosas terribles a los niños del pueblo. Murieron al menos doce niños entre 1907 y 1916, cuando Straub desapareció por primera vez.
- ¿Quiere decir que los mató Straub?- Pregunté preocupado, empezaba a asustarme.
- Ojala fuera tan sencillo, Ralph. Al menos hubieran sabido a qué atenerse, hubieran sabido qué hacer. Seguramente lo hubieran matado, algo es algo.- miraba al bosque, recordando.- Simplemente murieron. Primero Robbie Nickelson, que tenía nueve años, se ahogó en el lago. Su madre acabó suicidándose ocho meses después. Para entonces ya habían muerto los hermanos Patty y Josh Hermann (o Himann, no lo recuerdo) en el incendio del colegio. Nunca nadie pudo relacionar a Straub con las muertes, pero estaba claro que tenían que ver con él. Con él y con ésta casa. Por eso tuvo que marcharse el muy cabrón.
Joder, la cosa se estaba desmadrando…
-¿Y ellos creen que yo tengo algo que ver con lo del crío de esta mañana? ¡Eso es una locura!
- Digamos que no les ha gustado nada que estuvieran molestando por aquí, y ahora esto…la mayoría ni siquiera había nacido cuando ocurrió todo aquello, pero han oído historias terribles sobre “La Mansión”. Así la llamaba Straub.
Dio la última calada al cigarro, lo lanzó a la carretera y se levantó.
- Marchaos.- No parecía un consejo.

Echó a andar muy despacio por la carretera, por la que no había pasado ni un coche en todo ése rato. Le estuve observando unos segundos y entonces pensé en algo que el viejo había dicho.
-¡Merrill!- No pareció escucharme- ¡Merrill!
Se volvió y me miró. Le hice la pregunta que tenía hace un rato en la cabeza.
-¿Cree usted que el culpable fue Straub o fue la casa? Quiero decir…- No sabía muy bien cómo expresarlo- ¿Cree usted que hay algo maligno que afectó a Straub o al revés?
El viejo miró hacía la casa a mi espalda, con ojos entornados con evidente disgusto.
- Te diré lo que pienso. Pienso que se encontraron, que por alguna razón se estaban buscando.- Apartó la mirada de la casa y me miró a mí- Quizás se necesitaban. Algo así cómo un matrimonio, Ralph. Algo así.

El viejo se marchó y yo me quedé sentado en los escalones. Pensando en Straub. Pensando en Martha. Pensando en los niños muertos hace noventa años, y en Stewey bajo una sábana ensangrentada esa misma mañana.

La Mansión III. Una lágima asomaba a sus ojos verdes

Una lágrima asomaba a sus ojos verdes. Parecía incapaz de hablar, incapaz de moverse, incapaz de apartar la mirada de la sábana ensangrentada que cubría el cadáver de su hijo.

Todo transcurría a cámara lenta en mi cabeza. Me bajé del coche, que dejé abandonado en mitad de la calle, y me abrí paso cómo pude entre los vecinos que se agolpaban, muchos llorando, la mayoría observando la escena en silencio. Justo enfrente de mí estaba Carol, la camarera, que no parecía ni siquiera respirar, tan sólo miraba fijamente hacía el suelo. Seguí el rastro de su mirada, aunque ya sabía lo que me iba a encontrar. Una sábana manchada de sangre, demasiado pequeña para cubrir el cuerpo de una persona adulta, pero no de un niño. De repente sentí náuseas, y tuve que apartar la mirada para no vomitar, y me odié por ello. Stewey (tenía que ser él) estaba muerto, justo en el lugar dónde a punto había estado de atropellarlo el día anterior. Agaché la cabeza y me tomé cinco segundos para respirar. Estaba mareado, las piernas casi no me sostenían pero al menos ya había logrado controlar mi estómago. Volví a mirar a la mujer, y de repente ella clavó sus ojos en mí. A punto estuve de caerme hacía atrás.

- ¿Por qué habéis venido? ¿Por qué mi hijo? ¿Por qué…- la última pregunta se rompió mientras ella estallaba en lágrimas por fin, aún sin dejar de atravesarme con la mirada.

No entendía nada, estaba sin lugar a dudas fuera de sus casillas. ¿Qué coño podía yo tener que ver en esto? Jóder, ayer me pegué un susto de muerte por culpa de su hijo, sentía de veras que el pobre chaval estuviera ahora muerto, pero sin duda no había sido culpa mía... ¿Por qué me seguía mirando? Busqué en los ojos de la gente algo de comprensión, algo del tipo “entiéndalo, está pasando por un momento muy difícil”, pero no encontré nada de eso. Me acusaban, por alguna estúpida razón que no alcanzaba a comprender me acusaban.

- ¡Está muerto, mi niño está muerto!- Carol estaba totalmente histérica, me chillaba que le devolviera a su niño y que por qué él, que por qué él…Me estaba poniendo realmente nervioso. Tenía que irme de allí, tenía que salir. Es una pena, chaval, una jodida pena, te vas a perder tu baile de graduación y ya nunca podrás montártelo en un coche viejo detrás de algún granero pero la vida es así y yo no he tenido nada que ver y me acusan y me quiero ir, me tengo que ir… me tengo que ir -¡¡Déjame en paz!!- chillé a la mujer, se lo chillé a todos, y eché a correr hasta el coche. Estaba muy asustado, y no acertaba a encontrar las llaves del coche…jóder ¿Dónde están? Aquí están, me voy me tengo que ir salir de aquí…

Arranqué el coche y ya no frené ni siquiera cuando un viejo me tiró una piedra que me rompió el cristal trasero (¿pero qué coño le pasa a todo el mundo en éste jodido pueblo?), aceleré aún más, traté de tranquilizarme. Hice un esfuerzo por calmarme, tan sólo quedaba un día de trabajo y nos podríamos ir de aquel sitio asqueroso para no volver nunca más. Seguí conduciendo y llegué a la puerta de la casa. Paré el motor y me quedé con la cabeza apoyada en el volante, intentando poner en orden mis ideas… ¿qué había pasado? La cosa estaba muy clara, el niño había tenido la desgracia de que lo pillara un coche y a la madre le ha dado conmigo en pleno ataque de histeria, sólo ha sido eso joder. Respiré una vez… dos… tres…Bien, vamos a hacer nuestro trabajo, a coger la pasta y a irnos.

Cuando bajé del coche, casi se me sale el corazón por la boca del susto. Había un viejo sentado en los escalones del porche, un tipo viejísimo. Aparentaba tener más de doscientos años. Me acerqué a él y me saludó con un leve movimiento de cabeza.

- ¿Le puedo ayudar en algo, amigo? – aunque la verdad, lo que quería es que se marchara.
- Soy Todd Merrill. Oficialmente, el hombre más viejo del pueblo. Pero puede llamarme sólo Todd, señor…- Curiosa forma de presentarse la del viejo.
- Ralph está bien, sólo Ralph.- me dije a mi mismo que iba a seguirle el rollo un rato, y que en cuanto se pusiera pesado lo largaba.
- Bien, Ralph, te diré a qué he venido. Puedo tutearte, ¿No, Ralph? Bien, muy bien, por supuesto tú también puedes tutearme.- hizo una pausa tan larga que creí que nunca más volvería a hablar. Iba a decirle algo pero entonces habló:
- He venido a contarte una historia curiosa, muy curiosa.- prosiguió-, una historia que me contó mi abuelo hace muchos años. Y más vale que me escuches, Ralph, amigo, porque creo que la historia te interesará. Es una historia que trata sobre esta casa, es la propia historia de la mansión.

Joder, sin duda me interesaba la historia, en eso no se había equivocado. Me senté en el mismo escalón que el viejo y esperé a que empezara a hablar. Empezó a liar un cigarro. Tenía todo el tiempo del mundo.

La Mansión II. Nunca supe que sabía a lo que habia venido

“Nunca supe que sabía a lo que había venido. Cuando la vi atravesar la puerta de mi oficina, aquella lluviosa tarde, supe al instante que aquella muchacha de ojos tristes iba a traerme complicaciones. Era una mujer de la que uno podría enamorarse fácilmente. Era una mujer por la que uno querría morir, o matar.
De todas formas, llevaba bastante tiempo sin ningún caso que mereciera la pena, y tampoco he sabido nunca negarle un favor a una dama, ni siquiera a una tan peligrosa como aquella...”

Decidí que era una pérdida de tiempo seguir leyendo, así que arrojé el libro sobre la mesa. Todos los malditos libros de Sam Philips eran iguales, ni siquiera sabía por que coño los seguía leyendo. El gilipollas siempre se enamoraba de la primera rubia que entraba a su despacho y siempre acababa metido en asuntos turbios por su culpa. A la mierda.

Eran las tres de la mañana y la cabeza ya me dolía considerablemente. Había conseguido terminar con la botella de Jack Daniel’s en un tiempo record y ahora pagaba las consecuencias. No me importaba, al principio me había parecido un precio justo a cambio de olvidarme del puñetero crío (¿es usted uno de los señores que está quitando los muebles de “La Manzión”?), pero no me lo podía quitar de la cabeza. El puñetero crío, su madre, y todos los pueblerinos del mundo parecían estar bailando en mi cabeza. Decidí que lo mejor sería ir a la cama.

Mientras me metía en la cama, me acordé de la grabadora. La había guardado en el chaleco por la tarde, y la había olvidado. La grabadora había aparecido en el cajón de la mesa del despacho, y la verdad es que era un aparato bien chulo. Era un modelo Sony bastante moderno, mucho mejor que la mía vieja, así que en cuanto la vi pensé en Michael. A él le había encantado la mía un día que la encontró jugando, por casa, así que seguro que cuando le llevara ésta iba a alucinar. Cuando la encontré no quise que Phil la viera, no sé por qué, pero sabía que si la veía la querría para él. La había encontrado yo, era mía.
Me levanté, fui hasta la silla en la que había dejado el chaleco al llegar a casa empapado.

Saqué la grabadora, me pregunté que habría grabado. Si es que había algo, claro. Seguramente notas de alguna reunión, o alguna otra chorrada. Le di al play, más por aburrimiento que por otra cosa:

“Me llamo Robert C. Straub, y hoy es 16 de enero de 1998. Comienzo esta grabación justo cuando hace un mes que me he trasladado a vivir a Derry, a la casa que he heredado de mi tío Richard Straub, que desgraciadamente ha muerto hace tres meses a causa de un paro cardiaco. Desgraciadamente para quién le conociera, claro, porque la fortuna me ha sonreído con esta herencia. “

“Ayer encontré un diario guardado en un cajón del escritorio. Parecen ser las paranoias del viejo, al menos eso parece tras las primeras páginas. Habla sin parar de una tal Marta, creo que sería su mujer. Es extraño, se refiere constantemente a ella, y sin embargo, en otras ocasiones dice que vive sólo. Es curioso, seguiré leyendo.”

Pues yo no pensaba seguir escuchando. Venga, joder, tenía cosas mejores que hacer que escuchar a un tío que no conocía leyendo el diario de otro tío al que tampoco conocía. Dejé la grabadora en la mesilla, y cogí el libro de nuevo. A estas alturas el sueño me había abandonado por completo y quería saber si esta vez me había equivocado con Sam Philips. Quería saber si por una vez habría sido capaz de no sucumbir a los encantos de la primera rubia que entrara a su oficina. Abrí directamente por la última página:

“Desde que la vi por primera vez, supe que aquella mujer iba a traerme problemas. Ahora, con su marido muerto en el suelo tras de mí, podía observar la maldad que encerraban aquellos ojos azules, fríos, tristes. Mientras me apuntaba con mi propio revolver, le daba las últimas caladas al cigarrillo que yo mismo había encendido hace un minuto. Nunca te fíes de una rubia de ojos tristes. Y nunca te enamores de ella.”

Lo imaginaba, menudo capullo.

La Mansión I. ¿En qué estás pensando?

-¿En qué estás pensando?
-¿Perdona?
-Digo que en que coño estás pensando, que no tenemos todo el día.
-Ah, sí, lo siento, ya voy...

Miré la grabadora que había encontrado en el cajón de la mesa y decidí que nadie la echaría en falta. La guardé en el bolsillo y me dispuse a ayudar a Phil a levantar el sofá. Debía pesar como dos toneladas.

Ya casi habíamos acabado, sólo quedaban los muebles del despacho y por fin podríamos irnos de aquella casa tan extraña. Nos había llevado dos días sacar todos los muebles, teniendo en cuenta que la casa tenía tres plantas llenas de habitaciones, llenas de muebles a su vez. Era una casa antigua, debía tener más de 150 años y a mí personalmente no me gustaba nada. Y menos aún desde que conocíamos la historia reciente de la casa. Mejor dicho, de “La Mansión”, cómo la llamaban los pueblerinos, un bonito hatajo de ignorantes y supersticiosos.

1

La verdad es que cuando nos llamaron para hacer el trabajo la cosa tenía muy buena pinta. Solicitó nuestros servicios una mujer de mediana edad, que se identificó cómo Helen Johnson. La señorita Johnson nos contó que acababa de heredar una casa en Derry y que quería que la vaciásemos por completo. Nos dio instrucciones precisas, quería que nos lleváramos absolutamente todos los muebles excepto el escritorio y una silla que encontraríamos en el despacho de la última planta. Nos pagó la mitad del dinero por adelantado, y la verdad es que la suma que nos había ofrecido era realmente suculenta. Además, lo mejor de todo es que ella no quería saber nada de los muebles que nos llevásemos, así que podríamos venderlos o hacer con ellos lo que nos diera en gana. Un chollazo, vamos. Nos dejó las llaves, la dirección de la casa (“La Mansión”) y nos dijo que la avisáramos solo cuando el trabajo estuviera terminado. Miré a Phil y pude observar que opinaba exactamente lo mismo que yo.

-Trato hecho, señorita Johnson. Mañana estaremos allí.
- Es “señora” Johnson. Bien, llámenme cuando todo haya desaparecido de la casa.

El primer día nos estaba cundiendo bastante, por la mañana habíamos vaciado la primera planta entera, y que me aspen si he sudado tanto en toda mi vida. Sí, es cierto, nos iban a pagar un dineral, pero desde luego nos lo íbamos a ganar con creces. Paramos para comer un bocadillo sentados en el jardín y entonces ocurrió…Bueno, no sé si ocurrió algo realmente o no, pero el caso es que me giré para tener una perspectiva de la casa y casi me ahogo con el bocado que tenía en la boca. La casa había cambiado. No sé cómo explicar exactamente lo que vi, no se correspondía con lo que ustedes pueden entender si les digo simplemente que era otra casa. Parecía la misma, joder, era la misma…y no lo era. Era peor. Me dio la impresión de que me miraba. Phil no lo hacía, así que no pudo ver mi expresión sorprendida. O asustada. Me giré rápidamente y me puse a hablar de Béisbol, para ver si se me iba de la cabeza. Me convencí a mí mismo, lo había imaginado, sí, tenía que ser eso. Terminamos las cervezas, recogimos los restos de comida y continuamos trabajando.




Cogimos el coche a las siete de la tarde, cuando ya había anochecido. Phil cogió la estatal sur para ir casa de la chica con la que andaba liado, yo fui hacia el este por la carretera de la costa. Tenía por delante casi una hora de camino, así que mientras giraba a la derecha para coger Main street, iba trasteando en la guantera en busca de unas cintas que me había grabado la semana anterior, con clásicos de Elvis y canciones variadas grabadas de la radio. Se me calló una cinta bajo el asiento de acompañante, así que me estiré como pude para alcanzarla…cuando levanté la mirada me llevé un susto de muerte ¡había un niño de pié en mitad de la carretera! Di un frenazo y giré bruscamente hacia la izquierda y le esquivé por menos de quince centímetros.

-¿Estás loco? ¡Casi te mato!-
El niño ni se inmutó, se limito a reírse mientras me miraba.
-¿No me oyes? ¿Qué haces ahí parado?-
Seguía igual. Estaba empezando a ponerme nervioso cuando por fin abrió la boca:
-¿Es usted uno de los señores que está quitando los muebles de La Mansión? (En su boca sonó más como “La Manzión”)
Por un momento me quedé completamente fuera de lugar, no entendía a qué se refería el maldito crío.
-¿Qué dices?-
-La Mansión. La casa roja.- Dijo señalando hacía el bosque.
-Sí…- Parecía que cada vez le hacía más gracia la situación, pero yo no se la veía por ningún sitio, así que le pregunté: -¿Dónde están tus padres?
- Mi madre trabaja allí- Señaló hacia un bar que había al otro lado de la calle.

Aparqué el coche, cogí al niño y con las piernas aún temblando lo llevé hasta el bar. Me acerqué a la que parecía la única camarera del local y le pregunté si aquél era su hijo.
-¡Stewey! ¿Dónde te habías metido? ¡Te he dicho mil veces que no salgas a la calle sólo!
-Señora – Le explique –Tenga cuidado con su hijo, he estado a punto de atropellarle.
Me miró de arriba abajo y soltó una especie de bufido que supuse quería decir “gracias”.
Iba a darme la vuelta cuando Stewey le dijo a su madre:
-Es uno de los señores que trabaja en La Mansión (“La Manzión”) – No entendía porque la llamaba así el niño, y empezaba a exasperarme, pero desde luego para su madre (y para los tres hombres que tomaban café en la barra) ese nombre debía significar algo, por la forma en que me miraron. El bar quedó absolutamente en silencio, y la mirada que me dedicó la madre de Stewey (Carol, según la chapita) fue absolutamente diferente a la anterior. Había un brillo en sus ojos que no alcanzaba a descifrar… ¿Miedo?¿Angustia?
-Si fuera usted tan amable, le rogaría que se marchara de este local.

Salí a la calle aún con la mirada de la mujer (Carol) clavada en mi cabeza. No estaba seguro de lo que había visto en ella, al menos no del todo. Algo que no me había gustado. En la calle estaba empezando a llover, y los truenos a lo lejos anunciaban que era sólo el principio por esa noche. Cojonudo. Cuando quise llegar hasta el coche, ya estaba empapado.

El golpe de la puerta me despertó

El golpe de la puerta me despertó. La verdad es que más bien fue lo que terminó de desvelarme, porque en realidad despierto llevaba más de media hora. Clara se iba a trabajar, y se había despedido de mí con un beso en la mejilla, yo aún en la cama:

-Pásalo bien, cariño.
-Puff, ya ves, aquí esperándote a que vuelvas.
-Ya sabes que a mi no me gusta trabajar los domingos, Pepe, pero estando Esther mala...
-Ya ya, si lo entiendo, no pasa nada... Bueno, amor, que te sea leve.
-Gracias, luego te veo.

Cuando escuché la puerta, dejé pasar un par de minutos para asegurarme, y después me levanté de la cama. Me acerqué despacito hasta la puerta del dormitorio y me asomé al pasillo... se había ido. ¡Yujú!

Salí de la habitación tan sólo con la ropa interior con la que dormía (“No andes descalzo por el parquet”), sin importarme si me veían por el balcón. Que disfrutaran, había perdido seis kilos en lo que iba de año y no era cuestión de esconderme, ¿no?. Me dirigí a la cocina, le di un trago al brik de leche (“No bebas directamente del brik”) y me metí una magdalena entera en la boca (“No seas bruto comiendo”) Cómo pude, me fui cantando para el salón:

“Y es..... que.....yo ¡parapapáá!
Amo la vida, amo el amor ¡parapapáá!
Soy un truhán, soy un señor ¡parapapááá!
¡Algo bohemio y soñadooOOOOR!”
("No des voces por el pasillo”)

Micifuz me miraba desde su silla con una mirada increíblemente expresiva... seguramente acababa de decidir que ya me había vuelto loco definitivamente. Puede. Le di una golosina de esas que tanto le gustaban (“No des de comer a Micifuz golosinas por la mañana”) para asegurarme de que no se chivara... ya sé que es un gato, pero un gato con una mirada muy expresiva. Mejor prevenir.

Para comer me preparé una pizza de Casa Tarradellas en el microondas, y me la comí tirado en el sofá, aun en ropa interior (“No comas en el sofá”, “No andes desnudo por la casa”, “ten cuidado con las migas”) No tuve ningún cuidado con las migas, ya barrería después. Me quedé dormido según estaba tirado en el sofá.

Por la tarde, dispuse todo lo necesario: saqué mi botella de Chivas 12 años, mi tabaco, el Marca y el As..y puse la radio para estar al día de la jornada futbolística. Mientras me preparaba un cubata, “¡El talonario, el talonario...talonario bancotel!”, me encendí el primer pitillo de la tarde (“No fumes en el salón”), y me relajé.. El Madrid estaba palmando “¡Pepe, un puritoo!” contra el Getafe, y para más INRI, el barsa estaba metiéndole cuatro al Cádiz..necesitaba relajarme más aun, había que confiar en San Ronaldo Redentor..”Cuponazo de la ONCE, porque todos los días ¡Toca! Todos los días ¡Toca!... (“No pongas los pies encima del sofá”)

La jornada de liga acabó, y con ella se fue el relax. Mi cabeza empezaba a repetir una y otra vez frases de ánimo como “El algodón no engaña” o “Mr.Propper fue al principio ahora se llama Don Limpio”, preparándome para lo que tocaba a continuación. Pasé la mopa por el salón, fregué los pocos cacharros que había ensuciado y escondí los periódicos deportivos para tirarlos al día siguiente por la mañana. Dejé el salón impecable, puse comida seca en el cuenco de Micifuz y, tras ver un rato la tele, me metí en la cama.

El golpe de la puerta me despertó. Miré el despertador de la mesilla, las 23:27.

-Pepe ¿Ha fumado alguien en el salón? ¿Dónde estás?
-¡Aquí!
-¿Ya estás acostado? ¡Que hombre tan aburrido! ¿Qué tal el día?
-Aquí, esperándote. Cómo siempre.

Cuando cogí el bolígrafo, la mano me temblaba

Cuando cogí el bolígrafo, la mano me temblaba.¡Qué nervios! Se iba a llevar una sorpresa enorme...

La casa llevaba en venta dos semanas, y según mi primo, un agente inmobiliario serio y trabajador, bastantes personas se habían interesado por la misma. Así que, suponía que en unos pocos días ese asunto estaría finalizado, terminando con el último lazo que me unía a Madrid. Había preparado todas mis posesiones, que tristemente me habían cabido en unas pocas maletas, y ya estaba preparado para mudarme a Londres con ella, la mujer de mi vida...¡íbamos a ser tan felices! Pero antes había comprado billete de ida y vuelta para darle una sorpresa. El próximo que comprara, sólo sería de ida...

Desde el aeropuerto de Gatwick, que se encuentra a bastantes kilómetros de la capital, tomé un taxi hasta Oxford St. La oficina de Marta estaba en una calle paralela a ésta, en una de las zonas más comerciales y céntricas de la “City”. La verdad es que yo no tenía apenas ahorros, pero por lo que ella me contaba, las cosas no podían irle mejor. Había ascendido rápidamente, y tenía un puesto de importancia dentro de su empresa. Hizo bien en irse a vivir a Inglaterra, la verdad, le salió bien la jugada. Y hubiera hecho yo bien también si me hubiera ido con ella. Ahora si estaba más animado, pero entonces, hace 9 años, no me atreví a seguirla. La había echado mucho de menos, la verdad, pero ahora que por fin lo tenía claro, nada podría impedirnos ser felices juntos de nuevo...

Llegué hasta la puerta de su oficina, con la esperanza de que aún trabajara allí. Hacía más cuatro años que no recibía ninguna carta suya, ni siquiera por navidades, lo que era muy extraño, ya que yo aun vivía en la misma dirección. Incluso pregunté varias veces en la oficina de correos, pero me decía que no tenían nada allí..aunque vaya usted a saber, con lo ineficientes que son los funcionarios en España, cualquier cosa era posible...

Por suerte, aun trabajaba allí, aunque ahora era “ Comercial Manager” no-sé-qué... Me costó dar con ella, porque aunque preguntaba por ella con claridad (“sorry me: You Know Marta Soriano?”), nadie parecía conocerla. Finalmente, le enseñé su foto a una mujer muy maja que andaba por allí y me indicó con gestos un despacho al final del pasillo. Cuando llegué allí, una secretaría me atendió en castellano.¡Gracias a dios, alguien sensato en aquella casa de locos! Me dijo que Mrs.Philips estaba en una reunión, pero que podía dejarla una nota y ella se la haría llegar. Intenté explicarle que a mí me tocaba un pié la tal Philips esa y su reunión, que yo quería ver a Marta Soriano. Le enseñé la foto y ella me dijo que efectivamente esa era Mrs.Philips.

¿Se había cambiado el apellido? Todo podía ser, supongo que tanto tiempo entre aquellas gentes tan raras bien podían trastornar al más pintado. Daba igual, sólo pensaba en nuestro futuro en común, en lo felices que íbamos a ser...ya habría tiempo de que me explicara todas aquellas tonterías de los apellidos, aquello era una minucia comparado con nuestro amor.

Me dio un papel para que pudiera dejarla una nota o algún teléfono si quería. Cuando cogí el bolígrafo, la mano me temblaba.¡Estaba tan ilusionado!

Imaginaba su cara de sorpresa cuando leyera mi nota...

Al volverse lo vio claro

Al volverse lo vio claro. Duró sólo un segundo, puede que menos, pero fue un segundo de absoluta y total comprensión. Es curiosa la forma en la que nuestro cerebro es capaz de estirar algunos pequeños fragmentos de tiempo hasta que parece que transcurren a cámara lenta. Este era uno de esos momentos. Alguien, quizá incluso él mismo de forma inconsciente, había pulsado el botón de “slow” para que ningún detalle, por insignificante que fuera, pasara inadvertido.

Al volverse, observó como la gente seguía andando, ajena a cualquier cosa que no fueran sus propios problemas. Observó el tráfico, bastante intenso ahora que se acercaba el mediodía. Observó la pistola que Carlo sujetaba contra su estómago, y, esto último es lo que más le horrorizó, observó la mirada radiante del que hasta hace poco consideraba su amigo. Observó su expresión de triunfo, de placer. Sonreía.

Durante ese segundo, eterno en su cabeza, pensó en su mujer y su hijo, en qué sería de ellos. Pensó en los últimos seis meses, huyendo de ciudad en ciudad. Le habían proporcionado una nueva identidad, un trabajo seguro...una nueva vida para los tres. Le habían asegurado protección, joder, le habían prometido que estando tan lejos estarían seguros por fin. Le habían dado esperanzas de estar a tiempo...de estar a tiempo para rehacer su vida, olvidar el odio, la muerte...

Al volverse lo vio claro. Era inútil. Daba igual lo lejos que huyeras, lo seguro que creyeras estar. Al final, siempre te encontraban.

Escucho un “clic”, demasiado familiar como para que no supiera lo que iba a suceder. Al final, justo antes de que acabara todo, no pensó ni en su mujer ni en su hijo. No pensó en sus seres queridos, no tuvo un último momento de lucidez. Sólo miedo, horror...y la mirada de placer de su amigo.

Daba igual lo lejos que huyeras.

Al final, siempre te encontraban.

Áura es una mujer

"Aura es una mujer. Aura es una mujer...¡Que hostias va a ser una mujer si sólo tiene 16 años!"

Dí un portazo y salí a la calle. Mientras entraba en el garaje a buscar el coche, no podía dejar de escuchar las palabras de mi mujer mientras desayunábamos:

"-No te das cuenta, pero Aura ya es una mujer- me decía.
-¿Pero qué dices? ¡Sólo tiene 16 años!- No conseguía salir de mi asombro.
-Pues tendrás que aguantarte, pero le he dicho que puede traer a su novio a cenar esta noche- contestó.
fpfffpfpfpfpffff (hala, el café desparramado por toda la mesa, y encima tendré que cambiarme de corbata....)
-¿Qué? ¿Qué has dicho?- Alucinaba. -De ningún modo.
-Pues te aguantas pero ya le he dicho que sí."

Y ahi acabó la conversación. Intenté replicar, pero Claudia puso la cara que pone cuando decide que la conversación ya se ha acabado. Asi que fuí a cambiarme la corbata (y el pantalón, joooder como me he puesto) y me fui directo para el trabajo.. "si es que es increible, en esta casa no cuentan conmigo para nada.."

En el trabajo no podía olvidar el asunto, no dejaba de imaginar a mi hija trayendo a un melenudo asqueroso a casa, o algún hippioso de esos con barba y guitarra... después de formatear el disco duro del ordenador de contabilidad por error y quemar las cortinas de la oficina de mi jefe al encender un cigarro, el Sr.Antunez (el susodicho) me invitó amablemente a tomarme el resto del dia libre...

"-Váyase usted a casa, Rebollo, que estará más tranquilito.."

¿A casa? ¡si, hombre, a casa! no, no, no estaba dispuesto a ir a casa a esperar placidamente a que llegara mi hija con aquel robaniñas..me fuí a casa de mi primo Genaro, que tiene 4 hijas y seguro que sabía aconsejarme sobre que hacer para expulsar de mi casa a aquel indeseable..jejejjee.

Genaro no estaba en casa, estaba en el trabajo...claro, a las tres de la tarde era lo normal. De todas formas Rosita, su mujer, intentó animarme diciendome que no me preocupara, que peor que sus hijas no podía ser el asunto: La mayor se echó de novio a un comunista director de teatro alternativo que fumaba marihuana, y la segunda no tuvo otra idea que liarse con el batería de un grupo de rock llamado "los porretas" o algo así...y en ambas ocasiones no tuvieron más remedio que recibirles, ser amables, y alegrarse cuando sus pequeñas cortaron con sus respectivos novios. La cosa estaba clara, Ramón...valor y al toro.

Llegué a casa cerca de la hora de cenar (es que mi primo vive en Valencia...) y aun me sorprendí más cuando ví a Pedrito sentado en el salón. Pedrito es el hijo de los vecinos, un chico muy agradable e inteligente, incluso he oido que lleva camino de ser un lider en las Nuevas Generaciones del PP...un chaval como ya quedaban pocos. Estudioso y aplicado. Joer, el chaval me caia genial, pero ...¿es que tenia que enterarse del asunto todo el vecindario? Seguro que Toñin le habia invitado para que el también se riera de mí y del novio de su hermana..si es que este niño...

Me disponía a pedirle a Pedrito que marchara a su casa y decirle que ya podría venir otro dia, que seguro que para el sábado le habría conseguido la entrevista a Mariano Rajoy de "El Mundo" que me pidió...cuando Aura se me acercó por la espalda:

"-Papá..¿no te ha dicho mamá que había invitado a Pedro a cenar esta noche?"

De repente me fijé en Aura. Estaba muy guapa. Y que decir de Pedro (ya no sería Pedrito nunca más para mí), apuesto galán, español dónde los haya...Una lágrima asomó en mis ojos, y de repente caí en la cuenta...

Aura es una mujer.

Hacía frío aquella mañana

Hacía frio aquella mañana. Claro, qué otra cosa podía esperar. Si lo pensaba bien, era incluso adecuado, asquerosamente adecuado...

Ese lunes, el primer dia de curso, había decidido recibirle con frío. La verdad es que por lo general el frío no le molestaba demasiado, pero unido a la mala noche que había pasado era suficiente para desanimar a cualquiera. El primer dia de curso, el primero que tenía en casi ocho años. Bien, estaba de vuelta. Por fin sentaba la cabeza, volvía a estudiar. Eso era lo que quería, ¿no?...sí, eso creía..

Se duchó, se afeitó y empleó diez minutos en escoger la ropa adecuada. Al fin y al cabo era importante dar una buena primera impresión. Se decidió por unos vaqueros, una camiseta de su viaje a Londres y una cazadora comprada en Pull&Bear (hacía mucho frío) y no se vió muy mal en el espejo. Bueno, algo sí. Muy mayor.. ¿dónde iba?

Salío a la calle y esperó en la parada del autobús. Tardaba en venir, y cuando estaba a punto de darse la vuelta...lo vió venir al final de la calle. Joder, casi hubiera deseado que no hubiera llegado. Estaba lleno de chavales de unos 20 años que iban a clase..de repente se sintió fuera de lugar. Venga, ánimo..es sólo el primer día. Lo vas a hacer por que te lo debes a tí mismo...pero cada vez se daba más cuenta de que quizás se estuviera engañando..

Al llegar a la puerta de la universidad, las fuerzas le habían abandonado definitivamente...no era su lugar, lo veía clarísimo en esos momentos. Se había intentado engañar, había querido verse capaz cuando era obvio que no lo era. Ocho años sin estudiar son demasiados. Muy bien, campeón, esta vez si que la has cagado. Date la vuelta, vete a casa. Siempre nos dicen que aprovechemos las oportunidades, que cojamos los trenes que pasan. Pero a veces no llegamos a tiempo a la estación, o llegamos y estamos demasiado ocupados haciendo el gilipollas.

Se montó de nuevo en el mismo autobús que acababa de dejar, y no tuvo ganas ni de mirar por la ventanilla durante el trayecto de vuelta. Se había creido capaz...y no lo era.

lunes, 10 de marzo de 2008

Soy el mendigo que sólo acepta sueños.

Así rezaba el cartel situado a los pies de aquél tipo junto al lago. Estaba de pié entre una enorme vidente con pañuelo gitano y un titiritero que se esforzaba por llamar la atención de algunos de los niños que pasaban de la mano de sus padres. Me detuve un instante a contemplar al dueño del cartel que había llamado mi atención, y Sara continuó unos metros hablando sola sin darse cuenta.

El hombre vestía una gabardina negra, botas de motorista y gafas oscuras, y tenía la cabeza completamente rapada. No se movía ni hacía gestos para atraer a los caminantes, como si supiera que su sola presencia bastaría para llamar la atención. Esperaba tranquilo, con las manos detrás de la espalda y una sonrisa casi imperceptible asomando a su boca. Se dio cuenta de que le miraba y me hizo un gesto con la cabeza.

- Así que sólo sueños, ¿eh amigo?
- Así es, señor. -tenía un marcado acento del éste de Europa- No mucho pedir.
- ¿Y para qué los quiere, si puede saberse?- me acerque a sólo unos pasos de dónde se encontraba.
- Hace años perdí míos, señor. Una desgracia, terrible desgracia. No puede vivir sin sueños.

Al darse cuenta de que ya no caminaba a su lado, Sara se había dado la vuelta para ver donde me había metido. Se puso a mi lado y me habló en voz baja al oído.

- ¿Qué haces? -sujetaba mi brazo con fuerza, clavándome las uñas- Vamonos, venga.
- Espera un momento.-contesté divertido, tratando de aflojar la presión de su mano y dirigiéndome al mendigo- Supongamos que quiero donarle un sueño. ¿Como lo hacemos? ¿Le hago una transferencia?
- Mucho más fácil, señor. Sólo tiene relajarse.

El hombre avanzó dos pasos hasta situarse justo delante de mí. Dejó ver por primera vez sus manos, enfundadas en unos negros guantes de cuero que se quitó con cuidado dedo a dedo. Posó la palma de su mano en mi frente y dijo unas palabras en un idioma que me era desconocido. Sujetó mi hombro con la otra mano y habló en susurros.

- Relájese, señor. Piense un lugar hermoso, un lugar en que sido feliz. Recuerde personas que acompañaban, en cosas que hizo. Relájese.

Una imagen se formó en mi cabeza: Sara y yo caminando por una playa desierta que habíamos encontrado en Ibiza el verano anterior. El agua que mojaba nuestro camino llenaba el ambiente de sal y espuma, y la fina arena se escurría bajo nuestros pies a cada paso. Sara me abrazaba y sonreía, y el sol brillaba en sus rizos rubios. Caminábamos hacia una cala escondida, en la que haríamos el amor al caer la noche.

Quise besarla y entonces me di cuenta de que caminaba sólo. Sara ya no estaba junto a mí. Las huellas en la arena se perdían delante de mí, y las seguí gritando su nombre. Las olas habían dejado de romper en la playa, y el agua del mar se tiñó de rojo, dándole el aspecto de un terrorífico lago en calma. Corrí tanto como pude hasta que me torcí el tobillo y caí rodando por la arena. Me levanté ahogando un grito de dolor, y con el tobillo hinchado, avancé por la orilla como pude. Había algo en la arena al final de la playa, algo que se movía, tenía que llegar allí.

Cuando estaba menos de cien metros, vi que lo que se movía era una figura negra que saltaba y aullaba alrededor de algo en el suelo. Volví a caer, y como pude continué arrastrándome por la arena. Escuchaba los gritos de la criatura y los gorgoteos que me llegaban cada vez que se inclinaba sobre la figura que ahora podía ver tendida en el suelo. Cuando me acerqué, grité horrorizado cuando vi que Sara me miraba desde el suelo con unas cuencas sin ojos. La boca deformada en una mueca de horror se movía lentamente, como si tratara de hablar. El mendigo saltaba a cuatro patas a su alrededor, reía y chillaba con el rostro lleno de sangre y cada varios segundos metía la cabeza en el estómago de Sara y desgarraba con los dientes, llenando la arena de sangre. El mendigo metió la mano en la boca de Sara y desgarró su lengua, tirando de ella mientras me miraba riendo. Chillé, la vista se me nubló, y me tambaleé hacia atrás.

Caí al suelo en el parque junto a Sara. La gente que pasaba junto al lago y los que miraban al titiritero se volvieron hacia mí, aunque ninguno se detuvo más de un segundo. Sara se inclinó asustada, preguntándome qué me había pasado. La acaricié el rostro con las manos, me levanté y la besé en la frente.

- Tranquila, estoy bien. Me he mareado, nada más.

El hombre de la gabardina estaba de rodillas con los brazos abiertos y la cabeza echada hacia atrás, como si esperara la lluvia para beber. Abría y cerraba la boca como si le costara respirar, y pasaba su lengua una y otra vez por sus labios y sus dientes. Las gafas se habían caído de su rostro, dejando ver unos ojos minúsculos de color rojo. Se incorporó mirándome mientras colocaba de nuevo sus gafas.

- Gracias, señor...-dijo con voz siseante mientras un hilo se sangre asomaba por la comisura de sus labios- Muy amable de su parte.
- Vamonos de aquí, venga.

Abracé a Sara y nos alejamos rápidamente de aquél sitio. Insistió en que me tomara un café para el mareo en cuanto llegamos a casa. Yo no dejaba de abrazarla y tocarla con las manos, necesitaba saber que estaba conmigo y estaba bien. Pasamos el resto de la tarde viendo una película en casa y haciendo el amor. Por la noche, volví a llenarla de besos y me dormí enredado en su cuerpo, desnudos como estábamos. Había olvidado la pesadilla con el roce de la piel de Sara, y descansé tranquilo.

En mitad de la noche me desperté con dolor de cabeza y Sara no estaba a mi lado. La luz del salón estaba encendida, así que supuse que estaría viendo una película, como tantas y tantas noches en las que le costaba conciliar el sueño. Me iba a levantar para ver qué hacía cuando un dolor increíble atravesó mi pierna desde el tobillo. Palpé con las manos en la oscuridad, y comprobé que lo tenía hinchado y dolorido. Aterrorizado, encendí la lámpara de la mesilla y vi que a mi lado en la almohada había una lengua ensangrentada.

Fue entonces cuando escuché las risas y los gorgoteos