domingo, 11 de diciembre de 2011

No sabía que en la guerra...



No sabía que en la guerra hay monstruos más terribles que el hombre. No sabía hasta qué punto el hambre, la soledad, y sobre todo, el frío, pueden volver loco a una persona. Lo había visto en muchos de sus compañeros, y no solo en los que se habían suicidado. No sabía ninguna de estas cosas cuando se enroló en la Werhmacht con dieciséis años. Ni siquiera cuando fue asignado a la Operación Barbarroja un año más tarde, Jürgen tenía la menor idea de lo que la guerra podía llegar a significar. Cuatro meses después, sabía cosas que nunca hubiera querido aprender.

Las primeras semanas de campaña fueron relativamente fáciles. Tal y como el Führer había previsto, el Ejército Rojo cedió terreno y hombres con demasiada facilidad. La Luftwaffe destrozó la maquinaria de tierra enemiga, y los panzer del Reich masacraron las líneas de defensa cerca del río Dniéper. La división en la que se encontraba Jürgen avanzó imparable junto con el ejército del sur hasta situarse a las puertas de Kiev, donde ellos, los guerreros de la raza aria, obtuvieron una victoria guiados por la visionaria mano del Führer. Los ciudadanos saludaron a las tropas libertadoras con flores, y el ejército soviético sufrió una derrota total. Más de medio millón de soldados bolcheviques, según se decía entre las tropas, fueron ajusticiados, y otros tantos usados como mano de obra para la construcción de vías de suministro para el frente de batalla.

La euforia se desató entre las tropas. Tal y como Hitler había predicho, pronto Rusia estaría rendida a sus pies. Y después de Rusia, el resto del mundo. Jürgen se sentía pletórico y poderoso cuando les comunicaron que se dirigían hacia Moscú. Él, un humilde campesino de un pueblo cercano a koblenz, iba a participar de la caída de aquél gigante con pies de barro que amenazaba la supremacía de su país. Sí, en Septiembre de 1941, Jürgen se sentía pletórico. Tres meses después, vagaba solo y medio muerto entre la nieve y los cadáveres.

Cuando las tropas se pusieron en marcha hacia Moscú, había entre los soldados cierta preocupación por la llegada del invierno. Escaseaba la comida, y la única ropa de abrigo con la que contaban era la que requisaban a los campesinos locales. Sin embargo, la noticia de que a mitad de camino de la capital les esperaba un envío de víveres animó la expedición. Apresuraron la marcha y se abrieron camino entre las primeras nieves del invierno, sólo para descubrir a su paso desolación y muerte. Al parecer, los bolcheviques habían destruido todo en su huida. Las carreteras destrozadas, las casas derruidas y los campos arrasados se tomaron como un signo de rendición total entre las tropas, que sentían como próximo el éxito de aquella contienda. Casi no les quedaba comida, y la temperatura había bajado mucho en los últimos días, pero Jürgen estaba seguro de que pronto llegarían la comida y las ropas prometidas.

Pasaron dos semanas más, y los víveres no llegaron. Los termómetros, que sólo llegaban a los treinta grados bajo cero, habían dejado de ser útiles unos días atrás. La nieve cubría todo el panorama hasta donde la vista alcanzaba, y muchos soldados enfermaron y murieron por el hambre y el frío. También sufrieron algunas bajas por ataques de guerrilleros y minas escondidas en su camino, pero el frío era sin duda su peor enemigo. No había nada comestible a su alcance, y para cuando los mandos de su división se dieron cuenta de que aquella destrucción dejada por los soviéticos no era signo de rendición, era demasiado tarde. Se encontraban a más de un mes de marcha de Moscú, y el esperado envío de suministros había quedado en una fantasía infundada.

Varias subdivisiones, entre ellas aquella en la que estaba Jürgen, se escindieron del grupo principal, tomando la decisión de volver a Kiev en busca de refugio. Tras un enfrentamiento con el mando de la división en el que murieron muchos hombres, un grupo formado por dos sargentos y unos treinta soldados, entre los que él se encontraba, partieron hacia el sur. Sólo nueve días después, treinta y uno de los miembros de aquella expedición desesperada habían muerto congelados, de inanición o se habían suicidado. Sólo Jürgen vagaba por la nieve, sin rumbo fijo, y con la piel llena de heridas por el viento y la humedad. Cuando tras dos días de caminar en solitario tropezó con una raíz y cayó sobre la nieve, si siquiera tuvo fuerzas para acercarse su luger a la cabeza y acabar con aquella agonía. Sólo quería dormir, pensó. Dormir, morir, nada le importaba ya. Después se sumió en la oscuridad.

Un tiempo después, no sabía cuanto, Jürgen escuchó una voz dulce que le hablaba entre las tinieblas. No entendía lo que decía, pero quería escuchar, quería acercarse a aquella voz. Si había muerto, puede que le estuviera llamando desde las puertas del cielo de los guerreros. Hizo un esfuerzo por emerger, y la voz se tornó sonora y real. Finalmente abrió los ojos, martilleados por un terrible dolor de cabeza, y descubrió que no estaba muerto.

Se encontraba tendido en una cama, en una habitación de madera. Como tenía la cabeza elevada por una almohada, pudo ver que estaba tapado por mantas hasta el cuello. Intento mover el cuerpo pero no lo consiguió. La voz que le había despertado se acercó a él como una bella muchacha de tez pálida y cabellos negros como la noche, que se asomó a su campo de visión y volvió a hablarle.

  • Ty menya ponimayesh? -le dijo la muchacha.- Ty govorish po russki?

Jürgen consiguió mover un poco la cabeza, y negó en señal de que no entendía. Intentó hablar, pero tenía la garganta tan dolorida que le fue imposible articular sonido. La muchacha, en vista de que no la estaba entendiendo, se señaló con el dedo y se presentó.

  • Menya zovut Olya. Olya.- enseño a Jürgen una chapa identificadora que había encontrado entre su ropa y le señaló preguntando- ¿Jürgen?

El muchacho asintió, y una sonrisa iluminó a la muchacha. Era hermosa, y siguió hablando. De todo lo que dijo, Jürgen solo entendió las palabras “Obiéd” y “Jvátit”. Comida y suficiente. Dio gracias al cielo y a la muchacha por aquello. La joven salió de la habitación y al poco volvió con un cuenco de madera y una cuchara. Le dio de comer un poco de sopa caliente y algunos trozos de carne, y después se marchó haciéndole gestos de que debía descansar. Desde la puerta se giró y le dijo “Ty ochen krasivy”. Si el poco ruso que Jürgen comprendía no le engañaba, le había dicho que era muy guapo.

Pasaron los días, siempre con la misma rutina. Él dormía, la mayor parte del tiempo, y de vez en cuando, Olya le visitaba y le llevaba comida. A veces la muchacha se sentaba a su lado y le hablaba, y a pesar de que apenas entendía palabras y frases sueltas, a Jürgen le encantaba recibir su visita. La escuchaba hablar durante minutos, pensando en lo hermosa que era, y en lo que le gustaría poder entenderla y hablar con ella. Había aprendido ya varias palabras como “gracias”, “por favor” o “buenos días”, y le gustaba emplearlas para complacer a Olya. En otras ocasiones, él le hablaba, en alemán, de su familia y de su granja, y la muchacha escuchaba sonriente. Al rato se marchaba, y Jürgen volvía a dormitar en la oscuridad.

Una tarde, le intentó preguntar a Olya por el lugar en el que se encontraban. No había visto a nadie más que la muchacha, por lo que no creía que se tratase de ningún tipo de hospital. Pudo entender, por lo que le explicó la chica, que estaban en una especie de granja. La familia de la chica había conseguido mantenerla escondida y a salvo de la guerra, camuflando los caminos que llevaban hasta ella, y habían subsistido durante meses con lo que habían ido encontrando. Jürgen le preguntó por el resto de su familia. Quería darles las gracias por haberle salvado la vida. La muchacha recogió el cuenco de la comida, le dio un beso en la frente y se marchó sonriendo.

Pasaron más días, puede que semanas, y el muchacho no pensaba apenas en la guerra. En aquellos días, le parecía algo lejano y horrible que estaba pasando en un mundo muy diferente al que él habitaba. En su mundo solo vivían Olya y él, y los días duraban poco menos de una hora. En su lugar, otras preocupaciones empezaron a tomar cuerpo en su cabeza. Le preocupaba su estado. Seguía sin poder moverse, y, aunque la chica le había tranquilizado acerca de su salud, temía lo que pudiera encontrar si levantaba las mantas que le arropaban.

Había intentado preguntar a Olya sin tapujos si había perdido las piernas o alguna otra parte de su cuerpo, pero la muchacha sólo le contestaba con sonrisas y evasivas. Le traía comida, le hablaba, le escuchaba y se marchaba sonriendo. Nunca contestaba a sus preguntas, y Jürgen empezaba a preguntarse si no había algo que la muchacha no le quisiera contar. Un día discutieron por su insistencia, y la chica se marchó sin darle la comida. Jürgen se sintió mal, y no por no haber comido precisamente, si no por haber molestado a aquél ángel que le cuidaba cada día. Pasó muchas más horas despierto por la noche de lo normal, sobrecogido por el remordimiento y la angustia al pensar que quizá la muchacha no volviera al día siguiente. Sin embargo, Olya volvió.

Volvió sin comida, y con la mirada perdida, pero volvió. Las ojeras denotaban que había dormido poco, y la rojez de sus ojos que había estado llorando. Jürgen intento disculparse en una triste mezcla de su lengua materna y el poco ruso aprendido durante aquél tiempo, pero la muchacha no parecía escucharle. En lugar de eso, se puso a hablar con la mirada clavada en el infinito. Habló durante más de una hora, y Jürgen entendió, como pudo, la historia que su amiga, pues así la consideraba, le contó. Le contó como su padre y su hermano habían muerto a manos de los soldados alemanes cuando le sorprendieron recogiendo leña para hacer fuego en la granja. Como estos habían llegado hasta la granja, las habían violado a su madre y a ella y habían matado a todos los animales. También le contó como su madre había enfermado y muerto sólo unos días después dejando a Olya sola, al borde de la desesperación. Y por último, le hbló de cómo le había encontrado a unos cientos de metros de la granja y le había arrastrado a duras penas hasta aquella habitación y aquella cama, preocupándose de cuidarle.

Jürgen escuchó a la muchacha y lloró como hacía años que no lloraba. Lloró de tristeza por ella y por su familia, pero sobre todo lloró de rabia y de vergüenza por lo que sus compañeros habían hecho. Sintió asco por lo que representaba la chaqueta que colgaba de la silla junto a la cama, y tuvo que apartar la mirada de Olya cuando esta le dio un beso y se marchó. Ni siquiera pensó en decirle nada de la comida, pues dudaba que su estómago fuera a aceptarla. No durmió en toda la noche.

Al día siguiente, la muchacha le visitó por la mañana, sin comida y extrañamente radiante. Reía sin parar, e incluso le preguntó si tenía novia (“U tebya est lyubimaya?”) y le dio un beso en los labios. Habló sin parar durante una media hora y luego se marchó canturreando una canción. Jürgen pensó que volvería con comida después, pero no lo hizo. Finalmente el sueño venció al vacío de estómago, y se dejó llevar por la oscuridad.

En mitad de la noche se despertó, y Olya estaba sentada junto a él, mirándole fijamente. Se asustó al ver que la muchacha estaba llorando, y trató de moverse sin conseguirlo. La chica habló, de nuevo mirando al infinito, y le contó otra vez la misma historia acerca de la muerte de su familia. Jürgen escuchó. Olya habló y se marchó, y el chico no pudo volver a dormir en toda la noche.

Por la mañana, la chica volvió a aparecer feliz y radiante. Cantó, tarareó, y volvió a insistir a Jürgen acerca de lo de la novia. Cuando este, haciendo acopio de sus conocimientos de ruso le pudo decir que tenía hambre (“Ya hochu est.”), Olya rió y le dio un beso en la frente. Le dijo algo que el muchacho no entendió. Algo acerca de que la comida era para dormir. Se marchó riendo divertida y de nuevo no volvió en todo el día. Jürgen se sentía con hambre y muy débil, pero finalmente, se durmió.

Cuando se despertó por la noche, le dolía mucho el estómago, y pensó que era por el hambre. Cuando abrió los ojos, se horrorizó por lo que vio. Olya había retirado las mantas, y estaba abriendo su tripa con un cuchillo enorme. Estaba cortándole trozos de carne y dejándola en una bandeja que ocupaba el lugar que deberían haber ocupado sus piernas, en caso de tenerlas. Sin embargo, todo lo que quedaba de Jürgen era su tronco con la tripa abierta. No tenía piernas ni brazos, y cuando la muchacha le sonrió cariñosa con las manos llenas de sangre, Jürgen pensó en demasiadas cosas a la vez.

Pensó en la carne que había comido durante aquellos días. Pensó en que los soldados alemanes, sus compañeros, habían matado a los animales de la familia. Pensó en que desde que no comía, no dormía tanto, y en que Olya le había dicho que la comida era para dormir.

Pensó en que, si hubiera hablado ruso, aquella primera frase que incluía las palabras “comida” y suficiente” no hubiera significado lo que en un primer momento había entendido.

Pensó en que, durante aquél tiempo, la comida suficiente había sido él.

Luego, dejó de pensar.





14 comentarios:

Sara dijo...

Ahora mismo no puedo seguir viviendo sin saber si de verdad has escrito eso en ruso!
Vamos, si eso es ruso de verdad, te doy un 10 en documentación. Muy trabajado el relato.

;)

El Pistolero dijo...

Sí, es ruso de verdad :D

Jan Lorenzo dijo...

Wooooow Y yo que al principio pensaba que la muchacha se estaba enamorando de él... Luego cuando venía feliz y luego triste contando siempre la misma historia pensaba que con lo de su familia se había quedado un poco tocada y al final resulta que no un poco, sino un mucho bastante tirando a mucho de cojones XDD

Se me han puesto los pelos de punta con ese final.

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.

P.S. Ya ves, yo con un dragón de playmobil y y photoshop hago cualquier cosa XDDD

Jara dijo...

con ese principio no me esperaba el final. Impresionada me he...

En serio. Ni pesada se hace la historia, ni rollos son los del principio pero ese final me ha conquistado.

un besote

Pugliesino dijo...

Me relamí con el final de pensar que él hubiera sido un nazi, que buena comida para el ganado! :)
Pero no fue sino uno de los miles de soldados que no tenían otra que serlo o morir fusilados.
Te adentraste y como apunta Sara con una gran documentación en la Historia que no aparece en los libros, por entre los entresijos de caminos anónimos que ocultaron episodios que solo relatos como el tuyo pueden sacar a la luz.

Un monstruo que ha devorado infinidad de seres en la guerra es el Invierno ruso.

Un abrazo tovarich!

Anónimo dijo...

¡Buenas! Muy completo el relato, muy buena la presentación necesaria para conocer al personaje. Yo soy de hacerlos más cortos, pero sin duda así gana en ambientación.

La narración muy buena y la documentación mejor.

Por poner una critica, creo que se resuelve demasiado rápido, quizas echo de menos mayor desarrollo de la "escena" final, aunque de eso también pecan algunos de los míos, pero me ha encantado.

Enhorabuena :)

atenea dijo...

Gran historia, sí señor. Muy buena ambientación, y el detalle de las palabras/frases en ruso... increíble :)

Me habría gustado incluso con un final previsible, pero con el tuyo lo has bordado. Y a mí que me estaba cayendo bien la rusa... "mira qué maja, cómo cuida de él", pues toma xDDD

Besos!!

Malvi dijo...

Tres palabras OH MY GOD! Impresionante relato que me ha tenido enganchada hasta el final... Me ha encantado

Besos

Malena dijo...

¿Y yo qué digo después de ésto, si lo único que se me ocurre es levantarme y aplaudir sonoramente?
Te has currado un montón la ambientación y la documentación. Para meternos de lleno en la historia, hasta has escrito en ruso. Y ese final, no tiene nada que envidiarle a las mejores novelas de Stephen King.
Bravo, señor pistolero. Es usted la hostia.

El mundo de Yas (Andrés) dijo...

Espectacular, me ha encantado todo. No me podía imaginar tal escena al final, pensé más en que lo dejaría morir de hambre. Felicidades, de las que mas me han gustado sin duda.

Mundoyás.

Hell dijo...

Joder!!!!!!!!
Impresionante!!!!!
Y mira que, a mitad del relato, se me hacía extraño que no diese un vuelco de los tuyos, y que no fuera más que una historia de amor... jajajaja No iba equivocado!!!
Genial y deslumbrante!!!
Enhorabuena!

Un abrazo, Socio!!!

Hell.

Rebeca Gonzalo dijo...

¡Joder! Has rizado el rizo. Me has dejado sin palabras y sin ganas de comer durante días, aún a riesgo de no dormir o tener pesadillas.

¡Grandioso!

Hada de las frases dijo...

Increíble el relato y ese final que lo cambia todo, convirtiendo a una dulce muchacha en una carnicera desquiciada. Colosal.

Te dejo besos y polvo de Hada.

alguien dijo...

Llego muy tarde, pero no esperaba menos de ti. Veo que la oscuridad sigue cirniendo de sombras nuestros cuentos. Sólo una pega: el testimonio de ella, si fuera más explícito, se haría más duro al lector y la sorpresa sería mayor, aunque entiendo que eso es regodearse ;)
Estupendo, socio. Un abrazo!