miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción



Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción que no creía que pudiera descubrir en ella nada nuevo. Aún así, pensó que nunca la había escuchado como se merecía, y estaba dispuesta a darle una oportunidad diferente.

Sacó el CD de su caja y lo colocó con cuidado en la cadena. Después, y sin darle al play, encendió las velas que había colocado en los estantes de la habitación y en la mesilla. Disfrutó del olor de la canela y la vainilla mientras daba un trago a su copa de vino. La dejó en la mesilla, se tumbó en la cama y, entonces sí, pulsó el botón adecuado del mando a distancia. Cerró los ojos y empezó a dejarse invadir por el sonido suave de la percusión y por aquella melodía envolvente. El calor del vino le subía desde el estómago hasta el pecho y la cabeza, embriagando todo a su alrededor, y la música empezó a acariciarle los tobillos. Sólo en ese momento pensó en que nunca se había dado cuenta de lo erótica que podía resultar aquella pieza. Sí, erótica. Incluso se sobresaltó un poco al pensar en que pudiera sentir esa calidez después de tanto tiempo.

Sin apenas pensar en lo que hacía, una de sus manos comenzó a acariciar su pecho por encima de la camiseta. Apenas un roce, suave, estremecedor, que provocó un pequeño suspiro en sus labios entreabiertos. Normalmente, era mucho más directa a la hora de darse placer. No solía dedicarse mucho tiempo, ni entretenerse en caricias preliminares, pero esta ocasión era diferente. Esta vez, el vino y la música estaban haciendo su trabajo. Y la mano que rozaba su pezón, endurecido y anhelante, no era la suya, si no la de él. La mano que acariciaba su pecho, que jugaba con su contorno, que lo apretaba con suavidad, era una mano que conocía bien, porque lo había hecho en muchas ocasiones, pero no era la suya. Ni siquiera los dedos que subieron por su cuello hasta su boca, para que pudiera morderlos en las yemas y mojarlos con la lengua eran los suyos. Eran de la bebida, de la música y de él.

Los instrumentos de viento seguían ensartando la melodía, yendo y viniendo, atreviéndose a escalar desde sus tobillos hasta la parte posterior de sus rodillas, obligándola a abrir las piernas ligeramente para sentir su calor ascendente. Una de sus manos se había adentrado en su camiseta, y exploraba su tripa suave, su cadera, sus senos que temblaban a cada golpe de respiración. Más instrumentos se sumaban, aceleraban, giraban sobre sí mismos, inspirando a la mano atrevida a llegar más allá. Baja más, sube más. Es tu cuerpo y no lo es. Juega con él. Sé mala, sé buena. Sé muy mala. Baja hasta la línea de la ropa interior. Sí, ahí, justo ahí. Baja un centímetro más, acaricia, con suavidad, siente como tiembla...

Un jadeo se escapó de su boca cuando bajó de la línea prohibida. Un dedo se enredó juguetón en su escaso vello, y amenazó con encontrarse con su sexo, aunque en el último momento se retiró, lo que la excitó hasta un nivel que no creía posible en su timidez. La música, de alguna manera, era más fuerte, más insistente, le apretaba más el pulso en la sien y en la punta de los dedos. La empujaba a seguir, a dejarse llevar, a morderse los labios y arquearse en la cama. Dios, echaba tanto de menos unos labios a los que besar...
Metió por fin la mano dentro de su ropa interior, y se sorprendió de la humedad que encontró allí. Un gemido trepó por su pecho y a través de su garganta hasta estallar con la música cuando sus dedos curiosos comenzaron a jugar, primero uno, luego dos. Y de nuevo no era su mano, si no la de él, que siempre sabía cuando acariciar, cuando entrar, cuando amagar con llenarla completamente.

Abrió los ojos y allí estaba él, tendido a su lado. “Estás aquí”. “Sí”. “¿Por qué?” “Por la música. Y por el vino”. La besó, y sus bocas volvieron a unirse como entonces. Sus lenguas pelearon por invadir el espacio que la otra ocupaba, mezclando la saliva con la cadencia de los instrumentos que se sumaban a escalera de notas y matices que ya le envolvía las caderas. Su mano, esta vez sí, la de él, se abrió paso entre sus piernas y la llenó de calidez. Y ella se dejó llevar, sabiendo que él estaba allí por la música, y por el vino, pero también porque le había deseado. Y deseó más, deseó que no fueran sus dedos los que se abrían paso en su interior.

Le atrajo hacia sí, sobre ella, y disfrutó del peso que creía haber olvidado. El exacto de su cuerpo, desnudo, como desnuda estaba ella. Aquello que escuchaba podía ser un oboe. Sí, podía, o podía ser su respiración entrecortada. Un jadeo, su nombre susurrado, un mordisco en el cuello. El cuello, había olvidado lo sensible que era su cuello, cómo reaccionaba a sus labios como si fueran descargas eléctricas. Acarició sus brazos fuertes, su espalda, sus abdominales marcados, y bajó con impaciencia sus manos a su entrepierna. Se mordió los labios al comprobar su dureza y su calor. Estaba duro por la música, por el vino, y por ella.

Abrió las piernas para dejarle sitio, y con sus manos le guió. Echó la cabeza hacia atrás cuando sintió cómo la penetraba, cómo la poseía despacio, cómo llegaba hasta el fondo para después escapar de nuevo. La música les empujaba, acelerando el ritmo, apremiando con tambores y timbales el momento. Los besos dolían y sus lenguas querían devorar cada centímetro de piel a su alcance. Cada vez le sentía más rápido, más profundo. Clavó sus uñas en la espalda sudorosa, y se agarró a él como si cayeran por un precipicio. Y caían, la música en su pecho hinchado y el vino mareando sus sentidos les hacían caer.

Se dejó ir, ayudando con sus manos a que él empujara más fuerte, a que entrara más dentro de ella. Y al final ya no hubo amor, ni velas ni ternura, si no sexo, salvaje, anhelante, lleno de locura y pasión. La música marco el ritmo, su ritmo, el ritmo de los dos. Desea, acelera, empuja, muerde, clava, sí...

ahhhhhhhhhhhhh....

El orgasmo fue tan fuerte que creyó que iba a desmayarse. Cerró los ojos, se agarró con fuerza a las sábanas debajo de su cuerpo y disfrutó de los espasmos, que la hacían estremecer desde los tobillos a los hombros. Espasmos que acompañaban a los orgasmos más intensos y húmedos que recordaba haber tenido, siempre con él, aunque ahora no estaba él.

Pero había estado. Por la música, por el vino, y por que ella le había deseado.




9 comentarios:

atenea dijo...

Se te perdona que publiques a estas alturas de la semana porque te ha quedado genial :)

A ti sí que te ha inspirado la frase, madre mía!! jajaja

Besos!!

Rebeca Gonzalo dijo...

A veces las fantasías eróticas tienen más fuerza que un auténtico encuentro amoroso. Me ha gustado mucho como juegas al despiste.

Hell dijo...

Te ha quedado mejor que brutal. Realmente has hecho un trabajo muy bueno!!!
Me toca quitarme el sombrero ante tu escrito: chapeau!!!
Muchas gracias, socio, pues aunque tardes un poco, la entrega lo merece.
Un abrazo y... Felices fiestas por si no nos... Escribimos!!!!

Hell.

Malena dijo...

Está claro que no hay temática que se le resista, señor pistolero. Tu historia de sutil, melodioso y cálido erotismo, ha sido todo un placer para el disfrute de tus lectores.

Pugliesino dijo...

Y es que la música tiene ese poder de llegar a donde aun la ciencia se rompe la cabeza como hacerlo :)
Y él, allá donde estuviera, fue atrapado por ella, y la otra ella fue atrapado por él, y los que lo leemos somos atrapados por tus palabras y la noche es atrapada por cada uno y no es una sensación, es que he leído un magnígfico relato :)

Un abrazo boss y Felíz Navidad!!

Un abrazo boss!

Sara dijo...

Joder, Aarón!!! Esto se avisa, no se pueden leer estas cosas en el trabajo, que se me suben los colores! :p

Bueno, te ha quedado sensacional. Vas a revolucionar a los cuentacuentos esta semana!

wannea dijo...

Madre mía, que pedazo de historia, increible, vino, velas, sexo, música, una combinación genial

bessos!

alguien dijo...

Eres un crack. Así que la erótica también, ¿eh? Igual me apunto un día de estos, quién sabe... Me alegro de leerte tarde o a tiempo, pero de leerte. A ver qué encontramos el lunes :)
¡Un abrazo!

Jan Lorenzo dijo...

Una historia de las que 'calientan' el alma y al lector. Erotismo sencillo y que no cae en lo ordinario.

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.