domingo, 8 de julio de 2012

De un desencuentro en una taberna



De un desencuentro en una taberna

-¡No, no, no, y un millón de veces no! -bramó junto a la barra una voz que el elfo reconoció al instante- ¡No toleraré que se mancille el nombre de la Dama Blanca!

Legolas se levantó de su asiento en la mesa junto a la entrada de la taberna con su acostumbrada rapidez, y antes de que las primeras jarras de cerveza hubieran empezado a sobrevolar su cabeza ya se había situado junto a su amigo. Apartó a Gimli con un empujón de la embestida de tres enanos furibundos y levantó una mesa justo a tiempo de que éstos estrellaran sus frentes contra ella. Saltó grácilmente sobre sus cuerpos quejumbrosos y con un relampageante movimiento sacó el arco y cargó una de las flechas.

-¡Gimli, ¿estás bien, mi tozudo amigo? -preguntó en voz alta para hacerse oír sobre el estruendo del lugar.
-¡Mejor que bien, orejudo!-contestó el enano mientras sacaba su hacha- Y si tú no te hubieras entrometido de mala manera, les habría bajado los humos a esos borrachos blasfemos. ¡Insultar a Galadriel, la resplandeciente, en mi presencia! ¡Por las barbas del gran Durin!
-Te pido que guardes el hacha, Gimli hijo de Gloin, pues aún conservo la esperanza de que nadie tenga que salir herido de este desafortunado altercado.
-¡Guardaré mi hacha cuando estos bocazas se traguen sus palabras!

Y dicho ésto, Gimli embistió como un rinoceronte acorralado contra un grupo de enanos que sacaban a su vez sus armas. Con un gesto practicado miles de veces, Legolas disparó tres flechas que desarmaron a los primeros enanos del grupo. Casi simultáneamente, agarró a Gimli por la capucha de su capa y tiró de él hacia arriba, posandole contra su voluntad sobre una de las mesas del local.

-¡Déjame darles su merecido, condenado tiraflechas!
-¡Estoy seguro de que mi señora Galadriel valorará tu lealtad y devoción, pero dudo mucho que desee que mueras en una pelea absurda defendiendo su honor!.

Haciendo gala de una fuerza que, debido a su porte ligero y elegante, no se les suele imaginar a los elfos, lanzó a Gimli por el aire y a través de una ventana elevada que quedaba a unos metros a su izquierda. Acto seguido, saltó con habilidad pisando las cabezas de los enanos que intentaban, infructuosamente, sujetar sus pies o sus ropajes cuando les pisaba la coronilla. Uno de ellos, incluso, lanzó un mordisco desesperado que dio con varios de sus dientes correteando por el mojado suelo del loca. Se colgó de una viga y, tras darse el impulso adecuado, saltó a través de la misma ventana. Al caer fuera, vio como Gimli se dirigía hacía la puerta de la taberna hacha en mano y dispuesto a seguir con la contienda. Dos de sus flechas surcaron el aire, y no solo le arrancaron el arma de las manos al enano con limpieza si no que la clavaron en las dos hojas de la puerta del lugar, impidiendo la salida de la rugiente turba del interior.

-¡Vamos! -dijo agarrando a Gimli de la solapa y tirando de él en dirección contraria a la pelea- Para cuando logren salir por la ventana, estaremos lejos de aquí.
-¿Y mi hacha? ¿Y mi honor? -Legolas le miró con fuego en los ojos, y ésto ocurría rara vez- Vale, solo el hacha. ¡Es un recuerdo de familia! Mi padre la usó para dar muerte a Smaug en la...
-De acuerdo, cabeza de chorlito, cogeremos el hacha. Tú monta en el caballo y espérame. ¡Ya!

Gimli obedeció a su amigo no sin refunfuñar por lo bajo por dónde podía éste meterse sus órdenes. Montó en el caballo que les llevaba a ambos, y se alejó de la taberna de forma que al salir se le viera enseguida. Cuando los primeros enanos empezaron a salir por la ventana, no tardaron en echar a correr hacia él entre rugidos y temibles gritos. Una vez que la mayoría de ellos estuvieron fuera, Legolas se dejó caer desde el tejado, cogió el hacha clavada en la puerta y una vez más saltó de cabeza en cabeza hasta llegar al caballo. Tomó las riendas, habló a su montura en lengua élfica y le dijo a su compañero que se agarrara a su cintura.

Cuando Legolas espoleó al caballo en dirección al Bosque Negro, todavía tuvo que sujetar con el brazo a un Gimli que trataba de saltar del corcel mientras gritaba:

-¡Nadie ultraja el nombre de mi señora Galadriel sin recibir su merecidoooooo!

2 comentarios:

Rebeca Gonzalo dijo...

Divertido y muy bueno. Has adaptado los personajes de Tolkien al escenario y a los sucesos de la taberna como si ése hubiera sido siempre su lugar. ¡Formidable! Se te echaba de menos, Cuentacuentos.
Un abrazo.

Pugliesino dijo...

Estos apaches, cada vez con nombres mas extraños! Y esos seres surgiendo de las entrañas del texto balanceándose entre las flechas ¿quién dijo que el Western no tenía mística?

El misterio de la dama blanca, el género de la novela negra vuelve!

Y tú :)

Un abrazo!