domingo, 24 de noviembre de 2013

El aplauso (o ver en persona a Stephen King)


Hay multitud de tipos de aplausos, con miles de significados diferentes, tantos como personas han aplaudido alguna vez. Hay aplausos interesados, por compromiso, entusiastas, felices. El martes pasado aplaudí, y mucho, y voy a intentar explicar el significado.

Hace aproximadamente dos meses supe, a través de un mail de noticias, que Stephen King iba a presentar su último libro, Doctor Sueño, en tres ciudades europeas. Concretamente en París, Munich y Hamburgo. King no es muy dado a las promociones ni a las giras, ni siquiera dentro de su propio país. De hecho, era la primera vez que hacía una promoción de este tipo en la Europa continental. Se trataba, pues, de una de esas ocasiones que puede que solo se den una vez en la vida. Busqué billetes de avión, hotel, y conseguí entradas para el evento de Munich.

Por fin llegó el día más esperado. El día 19. Sí, tenía que ser, lógicamente, un día 19 (Todas las cosas sirven al Haz, digamos gracias). Un día frío y mojado en una ciudad lejana y maravillosa como es la capital Bávara. Cuatro horas de espera haciendo cola, y muchas más de nervios pensando en el momento que había de llegar. Y por fin, el teatro. Por fin, la presentación. Por fin, la cortina, las luces, las escaleras y el escenario.

Por fin, el APLAUSO.






Muchas personas me han preguntado si conseguí una firma en algún ejemplar del libro, o una foto con mi ídolo. Y lo entiendo, pues seguramente yo hubiera preguntado lo mismo en su lugar. Y no, no conseguí una firma ni una foto con él. Hubiera sido genial, claro. Pero no me importaba. No había ido para eso. No había ido para "conseguir" algo. Me explico:

Cuando asistimos a cualquier evento (un partido de fútbol, un concierto, una película, lo que sea) esperamos recibir algo. Una alegría en forma de victoria de los nuestros, un buen rato de entretenimiento en el cine, una noche inolvidable escuchando algunos de nuestros temas favoritos. Yo, en esta ocasión, esperaba simplemente tener la oportunidad de dar algo. O de devolverlo, mejor dicho.

Stephen King ofreció una entrevista y muchos ratos divertidos la noche del martes. Contó anécdotas, bromeó con el público, y habló, largo y tendido, de sus miedos y su forma de enfrentarlos. También leyó un extracto de su novela (uno de los momentos más emocionantes e inolvidables que he vivido como espectador). Todo eso fue genial. Pero todo eso tuvo sentido solo por el aplauso del principio. Hubiera pagado solo por tener la oportunidad de darle ese aplauso. Hubiera recorrido la distancia hasta Munich una y otra vez solo por poder vivir ese momento.

Por que ese aplauso significaba, entre otras muchas cosas, GRACIAS. Gracias por miles de horas de diversión, tensión y emoción con cada frase. Gracias por cientos de historias maravillosas, y por la compañía que me han hecho durante los últimos veinte años. Gracias por cada personaje, por cada giro sorprendente, por cada miedo. Gracias por los payasos, los perros rabiosos, los asesinos, los gorriones, hasta por las arañas. Gracias por It, por Corazones en la Atlántida, por El Resplandor, por 22/11/63, por Un saco de huesos, por La larga marcha. Gracias por La Torre Oscura.

Fui hasta Munich solo para vivir ese momento. Para tener a Stephen King delante y poder aplaudirle hasta que me dolieran las manos. Para poder decirle, de todo corazón:

GRACIAS, STEVE.