Tenía
la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción que no
creía que pudiera descubrir en ella nada nuevo. Aún así, pensó
que nunca la había escuchado como se merecía, y estaba dispuesta a
darle una oportunidad diferente.
Sacó
el CD de su caja y lo colocó con cuidado en la cadena. Después, y
sin darle al play, encendió las velas que había colocado en los
estantes de la habitación y en la mesilla. Disfrutó del olor de la
canela y la vainilla mientras daba un trago a su copa de vino. La
dejó en la mesilla, se tumbó en la cama y, entonces sí, pulsó el
botón adecuado del mando a distancia. Cerró los ojos y empezó a
dejarse invadir por el sonido suave de la percusión y por aquella
melodía envolvente. El calor del vino le subía desde el estómago
hasta el pecho y la cabeza, embriagando todo a su alrededor, y la
música empezó a acariciarle los tobillos. Sólo en ese momento
pensó en que nunca se había dado cuenta de lo erótica que podía
resultar aquella pieza. Sí, erótica. Incluso se sobresaltó un poco
al pensar en que pudiera sentir esa calidez después de tanto tiempo.
Sin
apenas pensar en lo que hacía, una de sus manos comenzó a acariciar
su pecho por encima de la camiseta. Apenas un roce, suave,
estremecedor, que provocó un pequeño suspiro en sus labios
entreabiertos. Normalmente, era mucho más directa a la hora de darse
placer. No solía dedicarse mucho tiempo, ni entretenerse en caricias
preliminares, pero esta ocasión era diferente. Esta vez, el vino y
la música estaban haciendo su trabajo. Y la mano que rozaba su
pezón, endurecido y anhelante, no era la suya, si no la de él. La
mano que acariciaba su pecho, que jugaba con su contorno, que lo
apretaba con suavidad, era una mano que conocía bien, porque lo
había hecho en muchas ocasiones, pero no era la suya. Ni siquiera
los dedos que subieron por su cuello hasta su boca, para que pudiera
morderlos en las yemas y mojarlos con la lengua eran los suyos. Eran
de la bebida, de la música y de él.
Los
instrumentos de viento seguían ensartando la melodía, yendo y
viniendo, atreviéndose a escalar desde sus tobillos hasta la parte
posterior de sus rodillas, obligándola a abrir las piernas
ligeramente para sentir su calor ascendente. Una de sus manos se
había adentrado en su camiseta, y exploraba su tripa suave, su
cadera, sus senos que temblaban a cada golpe de respiración. Más
instrumentos se sumaban, aceleraban, giraban sobre sí mismos,
inspirando a la mano atrevida a llegar más allá. Baja más, sube
más. Es tu cuerpo y no lo es. Juega con él. Sé mala, sé buena. Sé
muy mala. Baja hasta la línea de la ropa interior. Sí, ahí, justo
ahí. Baja un centímetro más, acaricia, con suavidad, siente como
tiembla...
Un
jadeo se escapó de su boca cuando bajó de la línea prohibida. Un
dedo se enredó juguetón en su escaso vello, y amenazó con
encontrarse con su sexo, aunque en el último momento se retiró, lo
que la excitó hasta un nivel que no creía posible en su timidez. La
música, de alguna manera, era más fuerte, más insistente, le
apretaba más el pulso en la sien y en la punta de los dedos. La
empujaba a seguir, a dejarse llevar, a morderse los labios y
arquearse en la cama. Dios, echaba tanto de menos unos labios a los
que besar...
Metió
por fin la mano dentro de su ropa interior, y se sorprendió de la
humedad que encontró allí. Un gemido trepó por su pecho y a través
de su garganta hasta estallar con la música cuando sus dedos
curiosos comenzaron a jugar, primero uno, luego dos. Y de nuevo no
era su mano, si no la de él, que siempre sabía cuando acariciar,
cuando entrar, cuando amagar con llenarla completamente.
Abrió
los ojos y allí estaba él, tendido a su lado. “Estás aquí”.
“Sí”. “¿Por qué?” “Por la música. Y por el vino”. La
besó, y sus bocas volvieron a unirse como entonces. Sus lenguas
pelearon por invadir el espacio que la otra ocupaba, mezclando la
saliva con la cadencia de los instrumentos que se sumaban a escalera
de notas y matices que ya le envolvía las caderas. Su mano, esta vez
sí, la de él, se abrió paso entre sus piernas y la llenó de
calidez. Y ella se dejó llevar, sabiendo que él estaba allí por la
música, y por el vino, pero también porque le había deseado. Y
deseó más, deseó que no fueran sus dedos los que se abrían paso
en su interior.
Le
atrajo hacia sí, sobre ella, y disfrutó del peso que creía haber
olvidado. El exacto de su cuerpo, desnudo, como desnuda estaba ella.
Aquello que escuchaba podía ser un oboe. Sí, podía, o podía ser
su respiración entrecortada. Un jadeo, su nombre susurrado, un
mordisco en el cuello. El cuello, había olvidado lo sensible que era
su cuello, cómo reaccionaba a sus labios como si fueran descargas
eléctricas. Acarició sus brazos fuertes, su espalda, sus
abdominales marcados, y bajó con impaciencia sus manos a su
entrepierna. Se mordió los labios al comprobar su dureza y su calor.
Estaba duro por la música, por el vino, y por ella.
Abrió
las piernas para dejarle sitio, y con sus manos le guió. Echó la
cabeza hacia atrás cuando sintió cómo la penetraba, cómo la
poseía despacio, cómo llegaba hasta el fondo para después escapar
de nuevo. La música les empujaba, acelerando el ritmo, apremiando
con tambores y timbales el momento. Los besos dolían y sus lenguas
querían devorar cada centímetro de piel a su alcance. Cada vez le
sentía más rápido, más profundo. Clavó sus uñas en la espalda
sudorosa, y se agarró a él como si cayeran por un precipicio. Y
caían, la música en su pecho hinchado y el vino mareando sus
sentidos les hacían caer.
Se
dejó ir, ayudando con sus manos a que él empujara más fuerte, a
que entrara más dentro de ella. Y al final ya no hubo amor, ni velas
ni ternura, si no sexo, salvaje, anhelante, lleno de locura y pasión.
La música marco el ritmo, su ritmo, el ritmo de los dos. Desea,
acelera, empuja, muerde, clava, sí...
ahhhhhhhhhhhhh....
El
orgasmo fue tan fuerte que creyó que iba a desmayarse. Cerró los
ojos, se agarró con fuerza a las sábanas debajo de su cuerpo y
disfrutó de los espasmos, que la hacían estremecer desde los
tobillos a los hombros. Espasmos que acompañaban a los orgasmos más
intensos y húmedos que recordaba haber tenido, siempre con él,
aunque ahora no estaba él.
Pero
había estado. Por la música, por el vino, y por que ella le había
deseado.
9 comentarios:
Se te perdona que publiques a estas alturas de la semana porque te ha quedado genial :)
A ti sí que te ha inspirado la frase, madre mía!! jajaja
Besos!!
A veces las fantasías eróticas tienen más fuerza que un auténtico encuentro amoroso. Me ha gustado mucho como juegas al despiste.
Te ha quedado mejor que brutal. Realmente has hecho un trabajo muy bueno!!!
Me toca quitarme el sombrero ante tu escrito: chapeau!!!
Muchas gracias, socio, pues aunque tardes un poco, la entrega lo merece.
Un abrazo y... Felices fiestas por si no nos... Escribimos!!!!
Hell.
Está claro que no hay temática que se le resista, señor pistolero. Tu historia de sutil, melodioso y cálido erotismo, ha sido todo un placer para el disfrute de tus lectores.
Y es que la música tiene ese poder de llegar a donde aun la ciencia se rompe la cabeza como hacerlo :)
Y él, allá donde estuviera, fue atrapado por ella, y la otra ella fue atrapado por él, y los que lo leemos somos atrapados por tus palabras y la noche es atrapada por cada uno y no es una sensación, es que he leído un magnígfico relato :)
Un abrazo boss y Felíz Navidad!!
Un abrazo boss!
Joder, Aarón!!! Esto se avisa, no se pueden leer estas cosas en el trabajo, que se me suben los colores! :p
Bueno, te ha quedado sensacional. Vas a revolucionar a los cuentacuentos esta semana!
Madre mía, que pedazo de historia, increible, vino, velas, sexo, música, una combinación genial
bessos!
Eres un crack. Así que la erótica también, ¿eh? Igual me apunto un día de estos, quién sabe... Me alegro de leerte tarde o a tiempo, pero de leerte. A ver qué encontramos el lunes :)
¡Un abrazo!
Una historia de las que 'calientan' el alma y al lector. Erotismo sencillo y que no cae en lo ordinario.
Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.
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