domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión I. ¿En qué estás pensando?

-¿En qué estás pensando?
-¿Perdona?
-Digo que en que coño estás pensando, que no tenemos todo el día.
-Ah, sí, lo siento, ya voy...

Miré la grabadora que había encontrado en el cajón de la mesa y decidí que nadie la echaría en falta. La guardé en el bolsillo y me dispuse a ayudar a Phil a levantar el sofá. Debía pesar como dos toneladas.

Ya casi habíamos acabado, sólo quedaban los muebles del despacho y por fin podríamos irnos de aquella casa tan extraña. Nos había llevado dos días sacar todos los muebles, teniendo en cuenta que la casa tenía tres plantas llenas de habitaciones, llenas de muebles a su vez. Era una casa antigua, debía tener más de 150 años y a mí personalmente no me gustaba nada. Y menos aún desde que conocíamos la historia reciente de la casa. Mejor dicho, de “La Mansión”, cómo la llamaban los pueblerinos, un bonito hatajo de ignorantes y supersticiosos.

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La verdad es que cuando nos llamaron para hacer el trabajo la cosa tenía muy buena pinta. Solicitó nuestros servicios una mujer de mediana edad, que se identificó cómo Helen Johnson. La señorita Johnson nos contó que acababa de heredar una casa en Derry y que quería que la vaciásemos por completo. Nos dio instrucciones precisas, quería que nos lleváramos absolutamente todos los muebles excepto el escritorio y una silla que encontraríamos en el despacho de la última planta. Nos pagó la mitad del dinero por adelantado, y la verdad es que la suma que nos había ofrecido era realmente suculenta. Además, lo mejor de todo es que ella no quería saber nada de los muebles que nos llevásemos, así que podríamos venderlos o hacer con ellos lo que nos diera en gana. Un chollazo, vamos. Nos dejó las llaves, la dirección de la casa (“La Mansión”) y nos dijo que la avisáramos solo cuando el trabajo estuviera terminado. Miré a Phil y pude observar que opinaba exactamente lo mismo que yo.

-Trato hecho, señorita Johnson. Mañana estaremos allí.
- Es “señora” Johnson. Bien, llámenme cuando todo haya desaparecido de la casa.

El primer día nos estaba cundiendo bastante, por la mañana habíamos vaciado la primera planta entera, y que me aspen si he sudado tanto en toda mi vida. Sí, es cierto, nos iban a pagar un dineral, pero desde luego nos lo íbamos a ganar con creces. Paramos para comer un bocadillo sentados en el jardín y entonces ocurrió…Bueno, no sé si ocurrió algo realmente o no, pero el caso es que me giré para tener una perspectiva de la casa y casi me ahogo con el bocado que tenía en la boca. La casa había cambiado. No sé cómo explicar exactamente lo que vi, no se correspondía con lo que ustedes pueden entender si les digo simplemente que era otra casa. Parecía la misma, joder, era la misma…y no lo era. Era peor. Me dio la impresión de que me miraba. Phil no lo hacía, así que no pudo ver mi expresión sorprendida. O asustada. Me giré rápidamente y me puse a hablar de Béisbol, para ver si se me iba de la cabeza. Me convencí a mí mismo, lo había imaginado, sí, tenía que ser eso. Terminamos las cervezas, recogimos los restos de comida y continuamos trabajando.




Cogimos el coche a las siete de la tarde, cuando ya había anochecido. Phil cogió la estatal sur para ir casa de la chica con la que andaba liado, yo fui hacia el este por la carretera de la costa. Tenía por delante casi una hora de camino, así que mientras giraba a la derecha para coger Main street, iba trasteando en la guantera en busca de unas cintas que me había grabado la semana anterior, con clásicos de Elvis y canciones variadas grabadas de la radio. Se me calló una cinta bajo el asiento de acompañante, así que me estiré como pude para alcanzarla…cuando levanté la mirada me llevé un susto de muerte ¡había un niño de pié en mitad de la carretera! Di un frenazo y giré bruscamente hacia la izquierda y le esquivé por menos de quince centímetros.

-¿Estás loco? ¡Casi te mato!-
El niño ni se inmutó, se limito a reírse mientras me miraba.
-¿No me oyes? ¿Qué haces ahí parado?-
Seguía igual. Estaba empezando a ponerme nervioso cuando por fin abrió la boca:
-¿Es usted uno de los señores que está quitando los muebles de La Mansión? (En su boca sonó más como “La Manzión”)
Por un momento me quedé completamente fuera de lugar, no entendía a qué se refería el maldito crío.
-¿Qué dices?-
-La Mansión. La casa roja.- Dijo señalando hacía el bosque.
-Sí…- Parecía que cada vez le hacía más gracia la situación, pero yo no se la veía por ningún sitio, así que le pregunté: -¿Dónde están tus padres?
- Mi madre trabaja allí- Señaló hacia un bar que había al otro lado de la calle.

Aparqué el coche, cogí al niño y con las piernas aún temblando lo llevé hasta el bar. Me acerqué a la que parecía la única camarera del local y le pregunté si aquél era su hijo.
-¡Stewey! ¿Dónde te habías metido? ¡Te he dicho mil veces que no salgas a la calle sólo!
-Señora – Le explique –Tenga cuidado con su hijo, he estado a punto de atropellarle.
Me miró de arriba abajo y soltó una especie de bufido que supuse quería decir “gracias”.
Iba a darme la vuelta cuando Stewey le dijo a su madre:
-Es uno de los señores que trabaja en La Mansión (“La Manzión”) – No entendía porque la llamaba así el niño, y empezaba a exasperarme, pero desde luego para su madre (y para los tres hombres que tomaban café en la barra) ese nombre debía significar algo, por la forma en que me miraron. El bar quedó absolutamente en silencio, y la mirada que me dedicó la madre de Stewey (Carol, según la chapita) fue absolutamente diferente a la anterior. Había un brillo en sus ojos que no alcanzaba a descifrar… ¿Miedo?¿Angustia?
-Si fuera usted tan amable, le rogaría que se marchara de este local.

Salí a la calle aún con la mirada de la mujer (Carol) clavada en mi cabeza. No estaba seguro de lo que había visto en ella, al menos no del todo. Algo que no me había gustado. En la calle estaba empezando a llover, y los truenos a lo lejos anunciaban que era sólo el principio por esa noche. Cojonudo. Cuando quise llegar hasta el coche, ya estaba empapado.

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