domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión VIII. Caminando por la orilla

Caminando por la orilla del lago Sawhawk se llega a La Manzión. Desde el embarcadero de Derry, se tarda alrededor de quince minutos en llegar a la que algunos en la zona han dado en llamar “La casa Straub”. Un poco más si cargas con el cuerpo de un niño de seis años, claro.

Avanzaba con Michael en brazos. Estaba inconsciente, después del ataque del coche, o lo que demonios fuera eso, se había desmayado. No me sentía con ánimo de conducir, así que dejé el Ford en la cuneta, cogí al niño y caminé hasta la casa. Allí había empezado todo, y estaba dispuesto a que allí acabara. Y si Michael podía ayudarme, de la forma que fuera…bueno, era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Joder, estaba más que dispuesto.

Llegamos a la mansión por la parte de atrás, desde el camino del embarcadero. Aún con Michael en brazos, me fijé en una gran pintada que cubría buena parte de la pared, sin duda obra de algún gamberro, otro de los pequeños paletos aspirantes a grandes paletos de la zona. Y sin embargo, al leer la frase escrita con pintura blanca, un escalofrío me recorrió la espalda. “Bienvenidos a La Manzión, esta noche último acto.” La frase estaba firmada por un tal Bango Skank. Juré que si encontraba algún día al puto Bango le iba a enseñar que yo también tenía sentido del humor. Sí señor, se iba a acordar un tiempo de mi jodido sentido del humor.

Entré en la casa por la puerta de la cocina. Justo en ese momento, Michael se despertó. Le dejé en el suelo, y me miró con ojos asustados.

-Hay que ir arriba.

Sin decir nada, asentí con la cabeza. Me encaminé a las escaleras, que salían del pasillo entre la cocina y el salón. Michael iba pegado a mis pantalones, muerto de miedo. Con cada escalón que subía, las fuerzas me abandonaban más. Me sentía mareado y las piernas me temblaban. Cuando llegamos arriba, Michael señaló una puerta, a la derecha el pasillo. Por la rendija se filtraba la luz. Cada vez me sentía peor, joder, me tenía que ir de allí…

En lugar de darme la vuelta y salir gritando, cómo me pedía a gritos mi cabeza, avancé hasta la puerta mientras recordaba la pintada de la parte trasera…esta noche, último acto. El maldito Bango iba a tener razón. Lo que vi al otro lado de la puerta me dejó sin aliento. Sentado en el sillón. Supe que era Richard.

Me miraba con los ojos muertos de los que me había hablado Merrill, pero su cara…su cara estaba consumida, recordaba a una especie de cuero amarillento, seco. No tenía párpados, y los dientes se le veían a través de agujeros en la piel podrida. El pelo, apenas unos mechones, caía sobre la frente completamente blanco. Llevaba una camisa abierta, rota en uno de los hombros, que permitía ver el hueso. Y se reía.

-¡Has llegado, por fin!- Seguía riendo.
-¡Que coño! ¡Tú estás muerto!- Me sentía al borde de la locura, a punto de estallar.
-¡Jajaja…!- Me miró divertido durante un segundo, y luego olvido su sonrisa- Ojala pudiera, Ralph. Ojala.
-¿Cómo…-empecé a preguntar.
-¿Cómo sé tu nombre? Se muchas cosas Ralph. Eso da igual ahora.
-Pero… ¿Cómo…-no conseguía articular palabra.
-¡¡Que te calles!!- El grito me pilló sorprendido, y di un salto hacía atrás.- ¿No entiendes nada?

Miró hacía el fondo de la habitación. Seguí su mirada. En la puerta, había una niña. El vestido rosa, descolorido, era obviamente bastante antiguo. El cabello rubio, que caía en tirabuzones, y los ojos azules anunciaban una belleza creciente. Se hubiera podido decir que en unos años sería una joven hermosa. Se hubiera podido decir eso si hubiera podido crecer, si estuviera viva. Se acercó a Michael, y con una sonrisa, le preguntó si quería ir a jugar con ella. Michael echó a andar hacía la niña.

Traté de impedirlo, traté de gritar, pero antes de que pudiera hacerlo Richard me sujetó. Puso sus manos en mi cabeza, tapándome los oídos, y acercó su nauseabundo rostro. Olía fatal, olía a muerto. Empezó a hablarme, pero no movía los labios. Oía su voz directamente en mi cabeza:

-¡Déjalo! No puedes hacer nada. ¿Qué habías creído? ¿A qué creías que venías? Ahora el niño va a ir a jugar con ella. Y tú a lo mejor vendrás a jugar conmigo.

Era horrible, la voz sonaba multiplicada por cien en mi cabeza, ahogaba mis propios pensamientos. Me sentía invadido, cómo si unos dedos invisibles estuvieran hurgando en mi cerebro. Cogiendo lo que quería, absorbiéndolo. Tirando lo que no servía. Me soltó de golpe, y la voz se apagó. Caí al suelo, desvaneciéndome. Pude ver, borrosas, las figuras de los dos niños, vivo y muerta, saliendo de la habitación. Michael se volvió a mirarme, y Martha le tiró del brazo. Quise llamarle, pero de mi garganta sólo salió un hilo de voz…poco a poco, todo se volvió negro.

Esta noche, último acto…

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