domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión VII. Era el miedo el que dominaba mis palabras

Era el miedo el que dominaba mis palabras y ahogaba mis pensamientos…corrí escaleras arriba hasta la habitación dónde dormía Michael. En la mano llevaba el cuaderno que había encontrado en su mochila, la misma que mi hermana le había preparado con ropa y algunos juguetes. La había abierto para guardar en el armario las cosas. Acabábamos de llegar de la casa de Lisa y Michael estaba agotado, así que le metí en la cama. Y ahora subía dispuesto a despertarle.

-¿Quién ha hecho estos dibujos, Michael?- Abrió los ojos asustado. Le zarandeé.- ¿Quién los ha hecho, Michael?
Seguía mirándome asustado. Jóder, tenía que controlarme, si no lo hacía podía hacer cualquier locura.
-¡Michael, te estoy preguntando quién coño ha hecho estos dibujos!- El niño estaba a punto de llorar. Normal. No recordaba haberle hablado nunca en ese tono.
-¿Qué pasa, tío?- Ya estaba llorando. Y a mí me daba igual, estaba fuera de control.

Le enseñé los dibujos. Cuatro dibujos de una casa roja. Debajo de cada uno de ellos, escrita con letras infantiles, una sola frase. Siempre la misma frase. “Hay que ir a La Manzión.” Jóder, Michael jamás había hablado así. Seguía mirándome. Y, en vez de contestar a mi pregunta, me hizo otra:

-¿Cuándo vamos a ir a verla?- No supe qué contestar. Él insistió- Quiero ir a verla. Llévame.
-Michael…- Me arrodillé al lado de su cama.
-Llévame, tío. Quiero ver la casa. Allí murió Martha.
Lo que acababa de oír me dejó sin aliento. ¿Cómo coño podía el niño saber nada?
-¿Quién es Martha, Michael?- No sabía por qué, pero estaba seguro de que él lo sabía.
-Martha se murió allí. Llévame, tío.

Sabía que no diría nada más. Me levanté, haciendo un esfuerzo por que mis piernas me sostuvieran…no entendía nada. ¿Por qué Michael?

Trece minutos después estábamos en el coche. Michael iba montado a mi lado, sentado sobre una caja de Lagger’s para que el cinturón no le ahogara. Durante más de media hora permanecimos en silencio. De repente, Michael empezó a hablar. Y fue él, un niño de 6 años, el que me contó la historia de La Manzión. La verdadera historia.

-La hicieron en 1856. La hizo un traficante de esclavos para su familia.- No sé como, pero lo que estaba haciendo era recordar- Vivía con su mujer y sus dos hijos. Richard y Martha. La casa era enorme, y les gustaba jugar al escondite. Un día, Martha se escondió en el sótano. Tropezó, y un armario se le cayó encima. No podía moverse, y empezó a gritar llamando a Richard. Sus padres no estaban, pero sabía que él estaría buscándola.- Michael estaba sudando, respiraba con dificultad y miraba al frente. Me estaba asustando- Martha gritaba. Y Richard se había olvidado de ella. Había ido a jugar con unas cerillas que encontró en la cocina. Quería coger un gato que había cerca de la casa para quemarlo. ¡Martha gritaba!

Aparté el coche en la cuneta y traté de despertarle. Estaba muy nervioso, no sabía que hacer. Michael tenía la mirada fija en algún punto que yo no podía ver y gritaba…

-¡Martha gritaba! ¡Gritó y lloró durante más de cinco horas! ¡Y Richard se olvidó! Se olvidó…se…

Michael empezó a llorar violentamente, se colocó en posición fetal sobre el asiento y chillaba, lleno de horror...pero tenía que saber el resto de la historia.

-¿Qué pasó, Michael? ¡Dime que pasó!- le obligué a mirarme, y Dios sabe que jamás olvidaré esos ojos. Sentí exactamente lo mismo que sintió el viejo Merrill la primera vez que vio a Richard Straub. No eran sus ojos, eran unos ojos muertos, que no miraban a ningún sitio, pero me miraban a mí. Completamente calmado, cómo si ya no fuera él el que hablaba, dijo:
-Martha murió. Gritó y chilló durante más de cinco horas, y luego murió. Tenía 5 años, y murió porque su hermano, que quería coger un gato para quemarlo, no se acordó de ella hasta casi nueve horas después.

En ese momento, Michael sonrió. Era una sonrisa escalofriante, que no pertenecía al mismo mundo que sus ojos llorosos, muertos. Era una sonrisa feliz, y por eso me llenó del más puro terror, por eso me obligó a retroceder hasta el borde de mi asiento.

-Martha murió, y Richard no puede morir.

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