domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión III. Una lágima asomaba a sus ojos verdes

Una lágrima asomaba a sus ojos verdes. Parecía incapaz de hablar, incapaz de moverse, incapaz de apartar la mirada de la sábana ensangrentada que cubría el cadáver de su hijo.

Todo transcurría a cámara lenta en mi cabeza. Me bajé del coche, que dejé abandonado en mitad de la calle, y me abrí paso cómo pude entre los vecinos que se agolpaban, muchos llorando, la mayoría observando la escena en silencio. Justo enfrente de mí estaba Carol, la camarera, que no parecía ni siquiera respirar, tan sólo miraba fijamente hacía el suelo. Seguí el rastro de su mirada, aunque ya sabía lo que me iba a encontrar. Una sábana manchada de sangre, demasiado pequeña para cubrir el cuerpo de una persona adulta, pero no de un niño. De repente sentí náuseas, y tuve que apartar la mirada para no vomitar, y me odié por ello. Stewey (tenía que ser él) estaba muerto, justo en el lugar dónde a punto había estado de atropellarlo el día anterior. Agaché la cabeza y me tomé cinco segundos para respirar. Estaba mareado, las piernas casi no me sostenían pero al menos ya había logrado controlar mi estómago. Volví a mirar a la mujer, y de repente ella clavó sus ojos en mí. A punto estuve de caerme hacía atrás.

- ¿Por qué habéis venido? ¿Por qué mi hijo? ¿Por qué…- la última pregunta se rompió mientras ella estallaba en lágrimas por fin, aún sin dejar de atravesarme con la mirada.

No entendía nada, estaba sin lugar a dudas fuera de sus casillas. ¿Qué coño podía yo tener que ver en esto? Jóder, ayer me pegué un susto de muerte por culpa de su hijo, sentía de veras que el pobre chaval estuviera ahora muerto, pero sin duda no había sido culpa mía... ¿Por qué me seguía mirando? Busqué en los ojos de la gente algo de comprensión, algo del tipo “entiéndalo, está pasando por un momento muy difícil”, pero no encontré nada de eso. Me acusaban, por alguna estúpida razón que no alcanzaba a comprender me acusaban.

- ¡Está muerto, mi niño está muerto!- Carol estaba totalmente histérica, me chillaba que le devolviera a su niño y que por qué él, que por qué él…Me estaba poniendo realmente nervioso. Tenía que irme de allí, tenía que salir. Es una pena, chaval, una jodida pena, te vas a perder tu baile de graduación y ya nunca podrás montártelo en un coche viejo detrás de algún granero pero la vida es así y yo no he tenido nada que ver y me acusan y me quiero ir, me tengo que ir… me tengo que ir -¡¡Déjame en paz!!- chillé a la mujer, se lo chillé a todos, y eché a correr hasta el coche. Estaba muy asustado, y no acertaba a encontrar las llaves del coche…jóder ¿Dónde están? Aquí están, me voy me tengo que ir salir de aquí…

Arranqué el coche y ya no frené ni siquiera cuando un viejo me tiró una piedra que me rompió el cristal trasero (¿pero qué coño le pasa a todo el mundo en éste jodido pueblo?), aceleré aún más, traté de tranquilizarme. Hice un esfuerzo por calmarme, tan sólo quedaba un día de trabajo y nos podríamos ir de aquel sitio asqueroso para no volver nunca más. Seguí conduciendo y llegué a la puerta de la casa. Paré el motor y me quedé con la cabeza apoyada en el volante, intentando poner en orden mis ideas… ¿qué había pasado? La cosa estaba muy clara, el niño había tenido la desgracia de que lo pillara un coche y a la madre le ha dado conmigo en pleno ataque de histeria, sólo ha sido eso joder. Respiré una vez… dos… tres…Bien, vamos a hacer nuestro trabajo, a coger la pasta y a irnos.

Cuando bajé del coche, casi se me sale el corazón por la boca del susto. Había un viejo sentado en los escalones del porche, un tipo viejísimo. Aparentaba tener más de doscientos años. Me acerqué a él y me saludó con un leve movimiento de cabeza.

- ¿Le puedo ayudar en algo, amigo? – aunque la verdad, lo que quería es que se marchara.
- Soy Todd Merrill. Oficialmente, el hombre más viejo del pueblo. Pero puede llamarme sólo Todd, señor…- Curiosa forma de presentarse la del viejo.
- Ralph está bien, sólo Ralph.- me dije a mi mismo que iba a seguirle el rollo un rato, y que en cuanto se pusiera pesado lo largaba.
- Bien, Ralph, te diré a qué he venido. Puedo tutearte, ¿No, Ralph? Bien, muy bien, por supuesto tú también puedes tutearme.- hizo una pausa tan larga que creí que nunca más volvería a hablar. Iba a decirle algo pero entonces habló:
- He venido a contarte una historia curiosa, muy curiosa.- prosiguió-, una historia que me contó mi abuelo hace muchos años. Y más vale que me escuches, Ralph, amigo, porque creo que la historia te interesará. Es una historia que trata sobre esta casa, es la propia historia de la mansión.

Joder, sin duda me interesaba la historia, en eso no se había equivocado. Me senté en el mismo escalón que el viejo y esperé a que empezara a hablar. Empezó a liar un cigarro. Tenía todo el tiempo del mundo.

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