domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión VI. Está usted despedido

-“Está usted despedido”. Es lo único que le dijeron, Ralph.- Lisa estaba muy nerviosa, su voz apenas se oía a través de la línea telefónica.
-¡Que cabrones! ¿Ahora que vais a hacer?- Me había sorprendido su llamada, sabía que había pasado algo.
-Vamos a ir a Florida, a ver a los padres de Mike.- Por lo visto el padre de mi cuñado tenía un taller de reparación- Necesito que me hagas un favor, hermano. Te quería pedir…
-Que me quede con Michael, ¿a que sí?- Ya lo había hecho en otras ocasiones, en absoluto me importaba.
-Es sólo si no te viene mal, Ralph. Es un viaje muy largo, y no quiero…
-Que no te preocupes, Lisa- Volví a cortarla, no quería que se sintiera incómoda- Ya sabes que Michael es mi sobrino favorito, se queda aquí y punto.
-Es tu único sobrino, tonto- Al menos la había hecho reír.
-Y si tuviera más, también sería mi sobrino favorito. Mañana por la mañana voy a por él, ¿te parece bien?- Vivían a poco más de una hora de mi casa.
- Sí, claro, Ralph.- Hizo una pausa.- Estará encantado de visitarte.
-Y yo encantado de que venga, Lisa. Lo pasaremos genial.
-Bueno, pues ya mañana nos vemos, ¿vale?- Se la notaba algo más aliviada.
-Claro, enana. Hasta mañana.
-Hasta mañana, hermano.- Estaba a punto de colgar, cuando Lisa añadió algo más -¿Ralph?
-¿sí?- Contesté.
-Gracias. Muchas gracias.
-No las des, tonta. Dale un beso al pequeñajo y dile que mañana se viene de visita, ¿de acuerdo?- Habría hecho lo que fuera por mi hermana- Cuídate, Lisa.
-Hasta mañana, Ralph.

Michael tenía seis años, y era un niño muy especial. Le habían diagnosticado hace tres años un tipo de autismo no muy conocido. La mayor parte del tiempo, se comportaba cómo un niño completamente normal, y esa era sin duda también la mejor parte de todas. Pero, de vez en cuando y sin aviso previo, sufría ataques de nervios, o, por el contrario, se quedaba absorto en su propio mundo y era incapaz de reaccionar a ningún estímulo durante horas. Podía llegar a dar miedo. Por éste motivo, todos queríamos y mimábamos a Michael (no me gustaba llamarlo Mike, me recordaba al capullo de mi cuñado) más de la cuenta. Y aunque mi hermana se lo hubiera tomado a broma, no sin razón, hubiera sido mi sobrino preferido incluso si hubiera tenido otros doce más.

Miré la tortilla que tenía en el plato, que se había quedado fría por culpa de la conversación telefónica. A la mierda. Total, ya no tenía hambre. La tiré a la basura y me acordé de mi madre cuando me decía que no debía tirar la comida, que había muchos niños en África que no tenían nada que comer. ¿Qué podía hacer? No podía enviarles la tortilla, ¿No? Además, no tuvo tantos reparos cuando se marchó de casa y nos dejó solos a Lisa a y mí. Por mí, podía guardarse sus consejos de buena madre dónde le cupieran.

Me dolía la cabeza, había estado buscando el fondo de otra botella de Jack Daniel’s. Incluso un imbécil como yo era capaz de darse cuenta de que bebía demasiado. Otra cosa es que me importara lo más mínimo. Decidí irme a la cama. Después de todo, pasar una temporada con Michael podía venirme muy bien para quitarme de la cabeza muchas cosas. Sí, bien pensado, era justo lo que necesitaba.

Ya en la cama, y estando a punto de dormirme, recordé algo que había escuchado en la grabadora, algo que Robert Straub comentó acerca del diario de su tío:

“Según mi tío, a Martha le encantan los niños. No puede pasar mucho tiempo alejada de ellos, y al viejo parecía encantarle…Es bonito que haya gente mayor que le dedique tanto tiempo a los niños.”

No hay comentarios: