domingo, 16 de marzo de 2008

La Mansión IX. Recuperé la consciencia con un terrible dolor de cabeza

Recuperé la consciencia con un terrible dolor de cabeza. La luz apagada y el silencio reinaban en aquella habitación. Me levanté despacio, tratando de recordar… ¿qué hacía en el suelo? ¿Dónde estaba? Observé a mi alrededor velas apagadas, una sillón viejo y algunos periódicos sobre el escritorio. Pero ese sillón…

Las respuestas me vinieron a la cabeza de golpe, de forma casi dolorosa. Recordaba a Richard hurgando en mi cerebro, recordaba un dolor indescriptible, y luego, la oscuridad. Y mientras caía en la oscuridad, Michael mirándome desde el cerco de la puerta. ¡Michael! ¡Dios mío, tenía que encontrarle!

Me levanté, haciendo un esfuerzo por no caer al suelo. Tuve que sujetarme en el sillón, y automáticamente un olor nauseabundo, de putrefacción, subió hasta mi nariz. Tuve una arcada y volví a caer de rodillas. ¿Cuántos años había pasado el viejo sentado en aquel sillón, pudriéndose? Volví a reunir fuerzas y me levanté de nuevo, esta vez sin apoyarme en ningún sitio. Avancé hasta la puerta sin escuchar ningún sonido, sólo el crepitar del viento en los aleros del tejado.

Salí al pasillo, también a oscuras. Ni me molesté en buscarle habitación por habitación. Había aprendido a fiarme de mis intuiciones. Y algo me estaba chillando al oído que yo ya sabía dónde acababa todo en esta casa. Cuando llegué a lo alto de las escaleras, el miedo volvió a llegarme en oleadas, haciéndome estar a punto de perder la cabeza. Miedo a que fuera demasiado tarde. ¡Michael, jóder! ¿Dónde estás?

Al pie de los diecinueve escalones más largos de mi vida, me detuve un momento. A mi derecha estaba la puerta del sótano, cerrada. Pero lo que vi a mi izquierda fue lo que más me preocupó. La casa estaba ardiendo. Quizás aún estaba a tiempo de apagarlo, si hubiera tenido tiempo. Pero sólo pensaba en encontrar a Michael y sacarlo de allí. Aporreé la puerta del sótano, chillando cómo un loco el nombre de mi sobrino.

-¡Michael! ¿Estás ahí? ¿Puedes oírme?

Oí un llanto cercano, al otro lado de la puerta.

-Tío…pesa mucho- Lloraba, estaba muy asustado.

Ya sabía lo que estaba pasando. ¡Puto Richard! Podía imaginar la idea que tenía el muy cabrón de un final irónico.

-¡Aguanta! ¡Ya voy, Michael!- Le escuchaba muy bajito, seguía diciendo que pesaba mucho.

Me lancé contra la puerta cómo un loco, pero no conseguí más que destrozarme el hombro. Volví a embestir, mientras tuviera fuerzas, no pensaba abandonarle. Tras varias patadas y lo que probablemente fue una rotura de clavícula, que me deparó un dolor increíble, la puerta cedió. La escena a mis pies era terrible.

Michael estaba atrapado por un armario justo al lado de las escaleras (el mismo sitio en el que murió Martha, tras varias horas de agonía. Tenía que serlo) Al fondo, el viejo estaba en otro sillón, dormido o muerto. Esperaba que fuera lo segundo. Tenía que darme prisa, el fuego se había extendido bastante y lo peor es que ya no escuchaba llorar a Michael. Corrí hasta el, y empuje el armario con las pocas fuerzas que me quedaban. Creo que le rompí un brazo al mover la vieja mole de madera, pero en esos momentos era lo último que me preocupaba. Me preocupaba no oírle llorar.

Saqué al niño como pude, y mientras me lo echaba en brazos dirigí una última mirada a Richard.

-¡Ojala te pudras en el infierno!

Abrió débilmente los ojos, y sacó fuerzas para contestar:

-Tú no sabes lo que es el infierno Ralph. No tienes ni puta idea.

Volvió a cerrar los ojos. Estaba muerto, seguro. No tenía tiempo para comprobarlo. Corrí escaleras arriba, justo a tiempo para evitar las primeras llamas que trataban de colarse por las escaleras de madera. Atravesé la cocina, golpeé la puerta con el hombro roto, lo que me provocó una punzada increíble de dolor, y salí a la calle con Michael.

Seguí corriendo unos metros, y entonces deposite a mi sobrino en el suelo. La casa estaba completamente en llamas, pero ahí estábamos a salvo. Con cuidado de colocarle bien el brazo dañado, me acerqué a él. Traté de despertarle, sin éxito… ¡Joder, había tragado mucho humo! ¡No había llegado a tiempo! Seguí zarandeando su cuerpo, inerte.

Michael estaba muerto.

Sin poder soportarlo, caí llorando al suelo. Gritaba lleno de desesperación, gritaba de rabia, gritaba de locura. Seguí moviendo al niño, seguí intentándolo en vano.

-¡Michael! ¡Michael, no me hagas esto!- Lo había matado yo, no podía evitar pensar eso.

Una imagen acudió a mi cabeza. Recordé la mañana en la que Stewey había muerto, con todo el pueblo acusándome. La única diferencia era que en vez de Carol, la que estaba en medio del congreso mundial de pueblerinos era Lisa. Me miraba triste, sin llorar. Me decía que había dejado morir a su hijo, que lo había matado. Que me había estado llamando, pidiendo ayuda, y que yo lo había dejado morir. Yo trataba de explicarle que había hecho lo imposible por salvarle, que quería morirme yo. Entonces ella me empezaba a gritar, a repetirme que yo había matado a Michael. Que yo lo había llevado a La Manzión. Iba a contestar, pero sabía que era verdad…

Entonces, algo estalló dentro de mí. Una inmensa rabia me llenó la cabeza, me nubló la visión. No iba a permitirlo, no con Michael. Levanté su cuerpo, observando con un estremecimiento cómo cayó hacía atrás su cabeza inerte. Y, con el cuerpo muerto de un niño de seis años en brazos, volví a encaminarme hacía la casa. Ésta se encontraba sumida completamente en las llamas, e incluso el tejado se había desplomado en el ala izquierda de la casa. No me importaba, lo que yo buscaba no estaba en el tejado. Lo que yo buscaba estaba en el sótano, sentado en un sillón, moribundo.

No estaba dispuesto a que las cosas acabaran así. Michael no iba a morir ésa noche. Richard sí, puede que yo también, pero eso lo tenía claro mientras me dirigía de nuevo hacía la casa convertida en un verdadero infierno.

Michael no iba a morir esa noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy recuperando el tiempo perdido y conociendo todo eso que me perdí (o ya no recordaba) de esta mansión... ;)

El comentario te lo dejo aquí porque a esta frase le tengo un cariño especial (fue mi primera).

Un besote pistolero!